El caso Farré y la opinión pública sentada en el banquillo
Por Déborah Huczek

Estábamos frente al primer caso mediático que debía ser juzgado por un jurado popular. Recordemos que en el año 2015 los televisores de todas los hogares de Argentina se vieron plagados de información de este femicidio impactante, cometido dentro del seno de una familia pudiente y con alguna que otra exposición mediática previa.

 

Los periodistas trataron este caso en todo tipo de programas. Discutían y polemizaban acerca de la opción que tenía Farré de ser juzgado por un Tribunal (jueces de la ley) o por un Jurado popular (jueces de los hechos). Asombró a todos la decisión del imputado de ser juzgado por sus pares, es decir por un grupo de 12 ciudadanos legos, que escucharían durante varias jornadas todo lo que había sucedido tanto antes como después de los hechos. 

 

Se polemizaba acerca de si la ciudadanía argentina estaba preparada para afrontar tamaño desafío, en virtud del nivel de instrucción general, la formación profesional, o la concepción familiar de sus miembros, el  conocimiento de la ley en general y en particular, pero principalmente lo que no estaba en discusión era el descreimiento casi masivo de que esos 12 ciudadanos pudieran tomar una decisión absolutamente libre, ajena a la presión mediática y, por supuesto, que pudiera permitirles desprenderse de la manipulación que los abogados que actuaban en el juicio intentarían ejercer. 

 

En definitiva la mayor parte de la gente poseía un descreimiento prejuicioso respecto de la capacidad de esos 12 ciudadanos de dictar justicia conforme los parámetros que actualmente exige la sociedad argentina. El castigo fuerte a quienes cometan actos de violencia contra las mujeres.

 

Sin embargo lejos de cumplir con ese pronóstico, el jurado popular demostró estar absolutamente preparado para resolver el caso con imparcialidad. Y así lo hizo condenando a  prisión perpetua a Fernando Farré (por el homicidio doblemente agravado por el vínculo y por femicidio en perjuicio de su esposa) Y esto ha sido posible debido a que, en este nuevo sistema de justicia, la discusión está centrada en la existencia de los hechos y en cómo estos se han llevado a cabo y no en cuestiones de derecho.

 

La muerte de Claudia Shaefer en manos de su esposo jamás fue cuestionada por el defensor. Su estrategia se basó en una falta de conciencia, de voluntad de Farré al momento de tomar la salvaje decisión. 

 

Las dudas previamente planteadas tenían que ver con que el defensor sólo necesitaba convencer a uno de esos 12 miembros para lograr que el caso se debata y se vote nuevamente, pudiendo obtener, si la suerte lo acompañaba, que el jurado se declarara estanco o mejor aún lo acompañaran en el planteo de inimputabilidad. 

 

Sin embargo, su estrategia de tratar al crimen bajo las justificaciones de la emoción violenta, adelantaba su fracaso.

 

Algunos motivos del desenlace

 

El nuevo sistema de Justicia se rige por principios de oralidad, inmediación, contradicción y otros, que buscan precisamente desestructurar al sistema penal para lograr cumplir su cometido de “encontrar la verdad”. En dicho sistema la función del abogado y la credibilidad que este pueda transmitir resultan esenciales a la luz de un jurado popular al que hay que hablarle en su mismo idioma y frente al que hay que mostrar respeto, humildad y conocimiento de los hechos y el derecho. 

 

Para los abogados implica la necesidad de asumir un nuevo rol como representantes de la Justicia, sacarse las viejas vestiduras de superioridad de la que hacían alarde y hablarle a esos jueces ciudadanos en posición de igualdad, con la conciencia de que son ellos quienes decidirán su caso. El respeto se impone y la credibilidad de la que debemos gozar aún mas.

 

Tratar de demostrar que Farré actuó bajo el estado de emoción violenta (un estado donde el sujeto actúa de manera autómata, cuasi refleja, como si estuviera en un estado mental paralelo, que le impide de manera consciente tomar decisiones acordes a los parámetros sociales) no era tarea sencilla para el defensor. Ya que una delgada línea (la científica pura y exclusivamente) la podía distinguir de una muerte pensada, bien planificada, fría y con ensañamiento y peor aún de cumplimiento de advertencias anteriores rodeadas por circunstancias de violencia de género, estigmatización, poder patriarcal, etc. Tal como se demostró sucedía en el caso.

 

Y en ese sentido Farré debió haber ponderado si era mejor presentar su discutible hipótesis frente al Jurado popular o ante el Tribunal de derecho. Recordemos que es más lógico pensar que los Jueces están, al menos más acostumbrados y aceptan con mayor facilidad el tipo de estrategias planteada por la defensa. Y Farré entonces optó y luego su abogado también decidió como estaría integrado ese tribunal de legos (por ajenos al derecho) debiendo seleccionar cuidadosamente a esos 12 miembros de los cuales se requería que pudieran comprender y aceptar con mas facilidad que otros (los descartados) que Farré había matado bajo esa condición y no en cumplimiento de sus palabras y amenazas previas. 

 

Pero otras cuestiones no salieron bien durante el juicio. Recordemos el trabajo concienzudo de las Fiscales que actuaron en el juicio. La preparación previa, en técnicas de oratoria y persuasión y en la práctica de las técnicas de litigación, que  adelantaban su éxito. 

 

Pero todo no dependía de ellas: las pruebas presentadas y la actitud del imputado durante el juicio terminaron de cerrar el fracaso de la defensa.

 

Recordemos que Farré antes de finalizar el juicio leyó una carta supuestamente redactada hace tiempo atrás a favor de sus hijos. Sin embargo, durante el juicio los miembros del jurado escucharon de manera directa a la hermana de la víctima (quien desde ese tiempo se hizo cargo de los niños) decir que Farré jamás se comunicó o intentó comunicarse con ellos, que tampoco se preocupó por el sostén económico y emocional de los mismos. Y esto a pesar de que había cobrado un juicio millonario por una indemnización laboral y a pesar de que había matado a la madre de los niños. Y fue entonces que esta falla en la verdad, terminó de derrumbar toda la estrategia defensista.

 

La credibilidad ahora del imputado y de su abogado había sellado su final, la condena justa y bien ponderada a prisión perpetua estaba cantada antes de que el Presidente del jurado leyera su veredicto.

 

Este caso, que se toma como ejemplo, de ser un caso mediático y tan dramático, da cuenta de lo importante que es la oralidad, de capacitarse técnicamente y de  encarar una estrategia acorde con los estándares de credibilidad que exige el jurado popular

 

 

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