El Matrimonio que No Puede Ser

Todos los medios periodísticos, y la gran mayoría de los ciudadanos están inmersos en este debate polémico que consiste en modificar el régimen del actual matrimonio para permitir que ese sacramento pueda ser realizado por personas de un mismo sexo. La embestida de las organizaciones que nuclean a gays, lesbianas y travestis ha sido y es muy fuerte, basándose en la igualdad de derechos y de género.

 

Creo que el tema merece algunas aclaraciones previas, a fin de poder ser abordado con seriedad.

 

En primer término, el matrimonio etimológicamente proviene del latín matrimoniun, entendido como el acto mediante el cual la mujer adquiría el derecho de ser madre dentro de la legalidad.  Es decir que la mujer veía subordinado su derecho natural a ser madre a que se enlazara con un hombre que cubriera de legalidad ese derecho y lo hiciera posible desde el punto de vista social y jurídico.

 

El diccionario de la Real Academia define en su primera acepción al matrimonio como:  “Unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales.”

 

Es decir, que desde tiempos inmemoriales el matrimonio es una institución jurídica a celebrar entre hombre y mujer, cuyo propósito es proteger la familia desde su origen y fomentar la procreación.

 

Sin necesidad de analizar con mucha profundidad, surge claro que si el objetivo es proteger la familia y la procreación, no tiene mucho sentido que haya matrimonio entre personas del mismo sexo.

 

Ahora bien, siguiendo con el diccionario de la Real Academia, éste define también al matrimonio como “el sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia”.

 

Y aquí viene el otro punto; cuando la Iglesia Católica cubrió con su influjo todo el imperio romano y nació la cristiandad como una cosmovisión del mundo que impregnaba todos los aspectos de la vida. A partir de allí, el matrimonio adquirió una sacralidad que excedía lo jurídico, y el hombre y la mujer se unían ante Dios y para toda la vida. Lo cierto es que luego, por la propia evolución y cambio del mundo, las cuestiones vinculadas a este instituto pasaron a ser competencia estatal o laico, y apareció le divorcio. Pero aún existiendo el divorcio, el matrimonio siempre conservó la función social que justificó su nacimiento y evolución hasta convertirlo en la institución familiar por excelencia.

 

Estas nuevas disposiciones que se están discutiendo, simplemente atacan la familiar como núcleo básico de la sociedad, si no hay matrimonio no hay procreación y por ende la sociedad envejece y no progresa.

 

Existe la unión civil, el reconocimiento de derechos, etc, para aquellas personas que se vean impedidas por diversas razones de contraer matrimonio. Pero ello no significa que deba cambiarse tangencialmente el concepto matrimonial para hacerlo lo que no es. En muy pocos países se encuentra regulado el matrimonio entre personas del mismo sexo, simplemente porque es algo que al estado como forma jurídica de la sociedad no le reditúa ningún beneficio, no hace que la población aumente ni permite crear un hogar donde los niños puedan crecer y educarse con lo valores que toda sociedad que se precie de tal debe tener.

 

La cuestión de la adopción es muchísimo más delicada, y creo que habiendo tantos matrimonios heterosexuales que se hayan en lista de espera para adoptar, es casi una burla proponer que parejas del mismo sexo adopten.

 

En suma es un debate complejo y de muchas aristas, pero algo queda muy claro, nadie está en contra de la igualdad de las personas y de derechos, incluidos aquellos previsionales, a la herencia, etc, pero no se logra la mentada igualdad destruyendo una institución milenaria y sagrada para muchos credos, simplemente porque el matrimonio entre personas del mismo sexo no sería ya un matrimonio, no puede serlo.

 

Por Manuel Alejandro Améndola

 

 

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