Los entendidos sostienen que el teletrabajo será uno de los principales legados que el coronavirus habrá de perpetuar en el largo plazo.Muchas de las cosas que tantos de nosotros  - hacemos a un lado el caso de los Escribanos-  antes hacíamos trasladándonos físicamente de un lugar a otro -a veces viajando incluso miles de kilómetros-, hoy las hacemos desde nuestros domicilios, casi sin movernos de la silla: hablamos con nuestros clientes, preparamos contratos de todo tipo, seguimos llevando las mismas contabilidades, cerrando transacciones y participando de congresos virtuales.

Con esa antesala, la semana pasada se presentó al Parlamento un proyecto de ley a efectos de promover y regular el teletrabajo (“el Proyecto”).

Definido como el trabajo ejecutado fuera del ámbito físico del empleador y a través de la tecnología, el Proyecto libera al empleador de la obligación de proporcionar el espacio físico para desplegar el trabajo; la obligación de éste se limita (a ese respecto)  a proveer al empleado los insumos necesarios para la prestación del servicio, salvo que el empleado asuma esa carga.

El Proyecto resguarda expresamente los derechos establecidos en la legislación laboral, que no podrán ser menoscabados. Hay sin embargo algunas soluciones que, a no dudarlo,  habrán de resultar polémicas. Especialmente una: desaparece la limitación horaria de la jornada de trabajo (aunque se mantiene la semanal). 

Entre sus innovaciones, el Proyecto establece el llamado derecho a la desconexión, que en la práctica ratifica la vigencia  del derecho del empleado al descanso.

El Proyecto extiende su ámbito de aplicación exclusivamente al sector privado en relación de dependencia. Por ende, quedan excluidos los funcionarios públicos y quienes presten servicios en forma independiente.

Ni bien fue dado a conocer, el Proyecto despertó una polvareda de opiniones, a favor y en contra. Como en tantos otros ámbitos, la fuerza de las necesidades tendrá la última palabra.