“Las personas todavía tenemos una ventaja competitiva sobre la tecnología: la capacidad de entender a otras personas”
El año 2020, con el inicio y avance de la pandemia, los abogados (en su gran mayoría) nos vimos obligados a desarrollar rápidamente nuestra capacidad de aprendizaje y adaptación a los cambios constantes, no solo sociales, operativos y normativos sino tecnológicos. La virtualidad nos arrastró sin que pudiéramos resistirnos.
Hicimos cursos acelerados de tecnología, desde la utilización de aplicaciones imprescindibles para la comunicación (Zoom, Google Meet, Cisco Web), pasando por herramientas novedosas y necesarias para optimizar procesos (Trello, Canva, Mural, Jamboard, Calendly, Slack, Contractia, Docusign), hasta la utilización de las redes sociales como un canal necesario de acceso a la información y capacitación y al networking (LinkedIn, Instagram, Twitter, Pinterest, Facebook, Clubhouse).
La innovación tecnológica se metió de lleno en nuestra profesión.
Paradójicamente, como si fuera en un mundo paralelo, la sociedad continuó reclamando el desarrollo de una mayor humanización de los vínculos profesionales, comerciales y laborales. Tanto en las relaciones externas de las empresas con sus clientes y proveedores, como también en sus relaciones laborales internas. Las llamadas empresas humanas profundizaron la evolución de sus culturas y procesos para hacerlos más compatibles con las personas, y menos con los objetos.
Como remarca Alejandro Melamed, “hoy está en juego el rescate de los valores humanos. Y en el mundo empresarial, el desafío consiste en conjugar los negocios con la ética; la rentabilidad con el bienestar de la gente; y la respuesta social, compromiso y la fidelidad laborales con la propia vida y la familia” (Alejandro Melamed, “Empresas + Humanas”).
Entonces, ¿en qué lugar quedamos los abogados si la sociedad y las empresas cambian?
Desde mi lugar creo y siento que nuestra profesión no debería estar ajena a estos cambios profundos de paradigma. Si la visión global sobre las relaciones se modifica, cuanto antes desafiemos nuestros modelos autoimpuestos mejor.
Y así como invertimos tiempo y dinero en capacitarnos y seguir desarrollando nuestras habilidades duras que mejoran nuestra capacidad técnica y académica, no deberíamos descuidar el desarrollo de nuestras habilidades blandas, o mejor dicho: nuestras “habilidades humanas”. Todo lo contrario.
Cuando se habla de ser “abogados más humanos” estamos hablando de darle un valor agregado diferencial a nuestra profesión que priorice los vínculos personales. Somos servicio, y como tal nuestro trabajo debería cuidar las relaciones, no solo con clientes, sino también con colegas, equipos de trabajo y demás jugadores que comparten nuestro “juego infinito” (Simon Sinek, “The infinite game”).
¿Y cómo se logra? Conociendo y aplicando nuestras habilidades humanas en nuestro ámbito laboral y profesional.
¿Qué son las habilidades blandas o humanas? Son aquellas cualidades deseables para ciertos trabajos, independientes del conocimiento adquirido. Son aptitudes sociales, emocionales, resolutivas y de comportamiento que permiten desenvolvernos mejor y obtener mejores resultados en cualquier situación.
Es la manera en que nos relacionamos y vinculamos con otras personas. Es el “como” somos, y no solamente “que” y “quienes” somos.
Les comparto un listado meramente enunciativo: la proactividad, la creatividad, el compromiso, la responsabilidad y la puntualidad, la confianza y la empatía, la seguridad y el manejo de las emociones, el orden y la organización, la comunicación efectiva, el liderazgo y la capacidad de dirigir, la actitud positiva y colaborativa, el pensamiento crítico, la adaptación a los cambios, la solución de problemas y conflictos, la capacidad de dar y recibir feedback, el trabajo en equipo.
Las llamadas soft skills son habilidades humanas, subjetivas que, si bien independientes, se interconectan con las hard skills generando un activo intangible superador que aleja a nuestra profesión del concepto de commodity (Randall Kiser, “Soft Skills for the Effective Lawyer”).
Algunos datos duros, que siempre interesan a un nuestro filtro racional: de una encuesta americana realizada a 24.137 abogados surgió el siguiente top ten de cualidades valoradas en la profesión: (i) confidencialidad, (ii) puntualidad, (iii) honrar compromisos, (iv) integridad, (v) cortesía y respeto, (vi) escucha atenta, (vii) respuesta pronta, (viii) diligencia, (ix) ética y mejores esfuerzos, y (x) atención a los detalles.
Un estudio de la Universidad de Harvard reveló que el 80% de los logros en la carrera profesional están determinados por las habilidades blandas, y solo el 20% por las habilidades duras.
Y de un trabajo realizado por el Instituto de Investigación de la Universidad de Stanford (Fundación Carnegie Mellon) entre los empresarios de Fortune 500, surgió que el 75% del éxito profesional a largo plazo se debió a las habilidades blandas y solo el 25% a las habilidades duras.
La tendencia de los abogados modernos, de 20 años a hoy, ha ido en línea con la ampliación de capacidades y recursos no tradicionales.
Empezando por el denominado “I-Shaped lawyer” de los años 90 (abogado especializado, centrado casi exclusivamente en el dominio de los conocimientos y habilidades legales tradicionales), pasando por el “T-Shaped lawyer” de los años 2000 (abogado con experiencia en una disciplina, fusionada con habilidades y conocimiento de otras áreas que facilitan la colaboración con especialistas de diferentes prácticas), y llegando a estilos mas actuales como el abogado “Delta” (con conocimiento en derecho, negocios y habilidades personales) y el abogado “Colaborativo” (negociador en procesos amigables, con capacidad de liderar y trabajar en equipos multidisciplinarios, gestionar emociones, y renunciar a tribunales).
Por lo anterior, y más allá de lo que puedan indicar las estadísticas, los modelos y tendencias, creo que los cambios que vive nuestra sociedad nos desafían a pensarnos de una manera disruptiva, menos tradicional y más humana, animándonos a incorporar a nuestra oferta de valor nuevas herramientas que protejan y den prioridad a los vínculos personales. Sin por ello ir en desmedro de nuestras capacidades técnicas, nuestra formación y nuestro negocio.
Para los abogados modernos las habilidades duras son realmente necesarias, pero las habilidades humanas son imprescindibles.
(*) por Jorge Cappellini Socio de Cappellini & Asociados Abogado y coach de negocios
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