La brecha generacional que la IA está ensanchando en la abogacía argentina
Por Ignacio Adrián Lerer (*)

El elefante del que nadie habla

 

En octubre de 2025, la Cámara Penal de Esquel anuló una condena porque el juez olvidó borrar una instrucción de ChatGPT: "Aquí tienes el punto IV reeditado, sin citas y listo para copiar y pegar". Dos meses antes, en Rosario, un abogado citó jurisprudencia inexistente generada por inteligencia artificial sin verificarla. El tribunal calificó la conducta como "sumamente riesgosa y hasta temeraria".

 

Estos casos suelen presentarse como advertencias sobre el uso irresponsable de herramientas nuevas. Pero hay una dimensión que nadie menciona: la edad de los profesionales involucrados. No porque la imprudencia sea patrimonio de ninguna generación, sino porque revela algo más profundo sobre quiénes están adoptando estas tecnologías, cómo lo hacen, y qué sucede cuando la curva de aprendizaje choca con décadas de práctica consolidada.

 

¿Cuántos abogados de sesenta años usan ChatGPT a diario para tareas sustantivas? ¿Cuántos de cuarenta? ¿Cuántos de treinta? La respuesta intuitiva dibuja una curva ascendente hacia las generaciones más jóvenes, y eso debería preocuparnos. No porque la juventud garantice competencia tecnológica, sino porque la experiencia acumulada durante décadas podría estar convirtiéndose, paradójicamente, en un pasivo profesional.

 

Susskind y la descomposición inevitable

 

Richard Susskind lleva tres décadas advirtiendo que la profesión legal enfrenta una transformación estructural. En julio de 2024 fue nombrado Special Envoy for Justice and AI del Commonwealth, y su libro de 2025, How to Think About AI: A Guide for the Perplexed, sintetiza el diagnóstico con una frase incómoda: "La IA no reemplaza abogados; reemplaza la asunción de que los abogados son la única solución".

 

El concepto clave es lo que Susskind denomina "not-us thinking": la creencia de que nuestro sector es inmune a la transformación tecnológica que afectó a contadores, médicos, arquitectos y prácticamente toda profesión de conocimiento. Los abogados, argumentamos, requerimos juicio humano, interpretación creativa, comprensión de matices que ninguna máquina puede replicar.

 

Pero analicemos la estructura del trabajo legal típico con honestidad. Aproximadamente el 70% consiste en investigación jurisprudencial y documental. Otro 20% corresponde a redacción de instrumentos estándar. El análisis estratégico genuino representa quizás un 8%. La representación crítica en audiencias, ese momento donde el juicio profesional resulta verdaderamente irreemplazable, ocupa apenas el 2% restante.

 

Susskind predice que el trabajo legal se fraccionará en componentes diferenciados. Trabajo rutinario, automatizable por sistemas expertos. Trabajo especializado, que requiere juicio profesional pero admite estandarización. Trabajo excepcional, genuinamente artesanal e irreemplazable. La pregunta incómoda: ¿qué porcentaje de nuestro tiempo dedicamos realmente a trabajo excepcional?

 

Theodore Levitt entra al estudio jurídico

 

En 1960, Theodore Levitt publicó en Harvard Business Review un ensayo titulado "La miopía de la comercialización". La premisa era devastadoramente simple: las empresas colapsan porque se enamoran de sus productos en lugar de entender las necesidades de sus clientes. Los ferrocarriles quebraron porque se creían empresas de trenes cuando en realidad eran empresas de transporte.

 

Casi treinta años después de encontrarme con ese texto en las aulas del EMBA del IAE, leyendo a Susskind, el eco resulta ensordecedor. ¿Cómo es posible que el diagnóstico de un gurú del marketing de los años sesenta describa con precisión quirúrgica la crisis existencial de la abogacía argentina en 2025?

 

Como ya escribí en un artículo previo, estamos vendiendo taladros cuando los clientes necesitan agujeros.

 

No es que carezcamos de conocimiento técnico. Hemos confundido medios con fines de manera sistemática. Imaginemos la escena típica: un cliente entra al estudio preocupado por un problema societario complejo. Sale tres horas después con una factura de asesoramiento legal, pero sin certeza sobre si su problema está verdaderamente resuelto. Lo que ese cliente necesitaba no eran tres horas de análisis jurídico especializado. Necesitaba paz mental, previsibilidad de costos y garantía de que su estructura societaria cumple con la normativa vigente.

 

La diferencia entre ambas cosas no es semántica. Es el abismo entre la supervivencia y la obsolescencia profesional.

 

Por qué la experiencia se convierte en vulnerabilidad

 

La teoría económica distingue entre capital humano genérico y capital humano específico. El primero es transferible entre empleadores y sectores. El segundo está atado a un contexto particular: una empresa, una industria, una forma de hacer las cosas.

 

Los abogados de mayor trayectoria han acumulado décadas de capital humano específico. Conocen los pasillos de tribunales, las preferencias de ciertos jueces, los atajos procesales que solo la experiencia enseña, las redes de contactos que lubrifican el sistema. Este conocimiento tácito constituía una ventaja competitiva formidable cuando la información era escasa, los precedentes difíciles de encontrar y la experiencia acumulada no tenía sustituto.

 

Esas condiciones ya no existen. Las metodologías persisten por inercia institucional.

 

La IA generativa comprime décadas de curva de aprendizaje en semanas. Un abogado junior con dominio de herramientas digitales puede, en teoría, acceder a jurisprudencia, doctrina y modelos contractuales con una velocidad que antes requería años de práctica. El capital humano específico acumulado por los seniors, aunque valioso, enfrenta competencia asimétrica.

 

Pero hay algo peor. La literatura sobre difusión de innovaciones distingue entre adoptantes tempranos y rezagados. Los primeros asumen riesgos, experimentan, toleran errores iniciales porque visualizan el beneficio futuro. Los segundos esperan evidencia consolidada, pruebas de que la tecnología funciona, reducción de incertidumbre. Esta actitud, perfectamente racional en muchos contextos, resulta letal cuando la tecnología evoluciona a velocidad exponencial.

 

El abogado de sesenta años que decide esperar a que las herramientas de IA "maduren" antes de adoptarlas podría descubrir que, cuando finalmente se sienta a aprender, la brecha con sus colegas más jóvenes se ha vuelto insalvable.

 

Los síntomas argentinos

 

Los casos de Esquel y Rosario no son anomalías. Son síntomas de una transición desordenada.

 

En Esquel, un juez delegó la redacción de una sentencia penal a ChatGPT sin el menor recaudo de supervisión. El fallo de la Cámara es contundente: "Dicha delegación, de haberse producido, entraña una flagrante violación al principio del juez natural". Pero más allá del análisis constitucional, el caso revela una adopción tecnológica sin gobernanza, sin procesos, sin comprensión de las limitaciones de la herramienta.

 

En Rosario, el juez Puccinelli señaló que el deber de verificación profesional no admite excepciones por buena fe: "No puede haber consentimiento válido alguno que releve a un letrado de su deber de cotejar las fuentes en las que basa sus posiciones jurídicas". El abogado había citado jurisprudencia de la propia Sala que no existía. La IA inventó precedentes, y el profesional los copió sin verificar.

 

¿Cuántos abogados argentinos están usando IA generativa sin comprender el fenómeno de las alucinaciones? ¿Cuántos verifican sistemáticamente cada output antes de incorporarlo a un escrito? ¿Cuántos tienen protocolos internos de validación?

 

No existen datos duros. Pero el patrón internacional sugiere que la brecha generacional en adopción tecnológica es real. Los estudios grandes invierten en capacitación, contratan especialistas en legal tech, desarrollan políticas de uso. Los profesionales individuales, muchos de ellos seniors con décadas de práctica independiente, navegan solos un territorio desconocido.

 

Precedentes que nadie midió

 

La inteligencia artificial no es el primer shock de adaptación que enfrenta la profesión legal argentina. Hay al menos dos precedentes recientes que generaron necesidades similares de reconversión: la unificación del Código Civil y Comercial en 2015 y la digitalización del expediente judicial.

 

Sobre el cambio de Código, la literatura disponible se concentra casi exclusivamente en impactos sustantivos y problemas de derecho transitorio. Colegios y universidades ofrecieron programas de capacitación masivos, lo que indirectamente apunta a mitigar obsolescencia de conocimientos. Pero no existen relevamientos que distingan entre cohortes jóvenes y mayores, ni que describan un fenómeno de exclusión sistemática de estos últimos.

 

Con la digitalización del expediente el panorama es más revelador. Documentos y doctrina sobre el proceso electrónico en Buenos Aires y otras jurisdicciones mencionan expresamente "resistencias" dentro de la magistratura y entre abogados a abandonar el papel. Ciertas acordadas enfatizan que la tramitación íntegramente digital "debería derribar las resistencias" existentes. Los manuales y guías de colegios profesionales ponen fuerte foco pedagógico en instrucciones paso a paso, lo que sugiere una brecha de habilidades previa. Pero nuevamente, esos materiales no relevan la variable etaria ni cuantifican deserción o marginación de abogados mayores.

 

En síntesis: ambos hitos generaron necesidad de reaprender, uno normativo y otro operativo. El impacto diferencial sobre abogados de mayor edad está solo insinuado en referencias a resistencias y necesidad de capacitación, nunca medido como obsolescencia profesional. Esto abre un nicho claro para investigación empírica: ¿cómo reaccionaron distintas cohortes a reformas normativas profundas y a la digitalización? ¿Qué patrones anticipan la manera en que reaccionan hoy frente a la inteligencia artificial?

 

Las narrativas de la resistencia

 

Hay un repertorio de frases que se repiten en conversaciones con abogados de mayor trayectoria cuando el tema es inteligencia artificial.

 

"La IA nunca va a reemplazar el criterio jurídico." "Probé ChatGPT y me dio cualquier cosa." "Esto es una moda, como tantas otras." "El derecho requiere sensibilidad humana que ninguna máquina tiene."

 

Cada una de estas afirmaciones contiene un núcleo de verdad. El criterio jurídico maduro, efectivamente, no es replicable por un modelo de lenguaje. ChatGPT sin contexto ni instrucciones precisas produce resultados mediocres. Muchas tecnologías prometedoras resultaron modas pasajeras. El derecho tiene dimensiones humanas irreductibles.

 

Pero la verdad parcial funciona como coartada para la inacción total.

 

El abogado que probó ChatGPT una vez, sin entrenamiento previo, sin darle contexto del caso, sin iterar sobre las respuestas, y concluyó que "no sirve", no evaluó la herramienta. Confirmó un prejuicio. Es como si alguien abriera un procesador de texto por primera vez, no entendiera cómo usarlo, y declarara que las computadoras son inútiles para escribir.

 

Susskind denomina esto "not-us thinking": la creencia de que nuestra profesión es diferente, que las fuerzas que transformaron otras industrias no aplican aquí, que somos la excepción. Los contadores dijeron lo mismo antes de que el software contable automatizara el 80% de su trabajo rutinario. Los radiólogos dijeron lo mismo antes de que los algoritmos de detección de imágenes alcanzaran precisión superior a la humana en ciertos diagnósticos.

 

La resistencia narrativa cumple una función psicológica comprensible: protege la autoestima profesional y reduce la ansiedad ante lo desconocido. Pero tiene un costo. Cada mes que pasa sin adopción efectiva ensancha la brecha con quienes sí están aprendiendo. Y esa brecha, llegado cierto punto, se vuelve difícil de cerrar.

 

Lo más preocupante no es el abogado senior que rechaza la IA después de una evaluación seria. Es el que la rechaza sin haberla evaluado, y construye una narrativa de superioridad profesional para justificar esa decisión.

 

Tres hipótesis para investigar

 

La evidencia anecdótica sugiere patrones que merecen validación empírica rigurosa.

 

Primera hipótesis: Los abogados de mayor edad presentan menor nivel de uso activo de IA y herramientas digitales avanzadas que las cohortes jóvenes, aun controlando por tipo y tamaño de estudio. Esto no implica incapacidad, sino diferentes trayectorias de adopción tecnológica.

 

Segunda hipótesis: La baja adopción de IA en abogados mayores se asocia a una reducción gradual de su participación en tareas de producción jurídica "técnica" y a un corrimiento hacia funciones puramente relacionales o institucionales. El senior se convierte en rainmaker, en mentor, en figura de prestigio, pero deja de escribir escritos, de investigar jurisprudencia, de redactar contratos. Las tareas sustantivas migran hacia juniors asistidos por IA.

 

Tercera hipótesis: Programas de capacitación diseñados específicamente para seniors, con ritmo adaptado, lenguaje accesible y foco en casos prácticos inmediatos, incrementan significativamente la adopción efectiva de IA frente a programas genéricos. La formación estándar asume familiaridad digital que no siempre existe.

 

Validar estas hipótesis requeriría trabajo empírico serio: encuestas representativas, entrevistas en profundidad, quizás intervenciones controladas con programas de capacitación diferenciados. Es una agenda de investigación pendiente.

 

El dividendo cognitivo y la deuda cognitiva

 

La IA generativa promete un "dividendo cognitivo": mayor productividad, tareas rutinarias automatizadas, tiempo liberado para trabajo de mayor valor agregado. Pero existe también una "deuda cognitiva": adoptar tecnología sin rediseñar procesos no genera eficiencia, sino que acumula errores no detectados y costos de supervisión crecientes.

 

La tecnología, en 2025, es un commodity. Cualquiera puede acceder a ChatGPT, Claude o Gemini. La diferenciación competitiva reside en la estructura previa: gobernanza clara, procesos rediseñados, datos propios ordenados.

 

Para un estudio grande con recursos, construir esa estructura es viable. Para un abogado individual de sesenta años, con décadas de práctica exitosa bajo metodologías tradicionales, el desafío es otro. No se trata solo de aprender a usar una herramienta. Se trata de reconfigurar una forma de trabajar que funcionó durante toda una carrera.

 

¿Quién ayuda a estos profesionales en la transición? Los colegios de abogados ofrecen cursos, pero frecuentemente diseñados con formato genérico. Los proveedores de tecnología venden soluciones, pero asumen usuarios digitalmente competentes. Los estudios grandes capacitan a sus equipos, pero los independientes quedan afuera.

 

El riesgo real no es que la IA reemplace abogados. Es que la desigualdad en el acceso a herramientas y capacitación produzca una segmentación brutal: profesionales aumentados por tecnología versus profesionales progresivamente marginados.

 

Reconversión: ¿qué podría funcionar?

 

Las experiencias internacionales en reconversión profesional ante disrupciones tecnológicas sugieren algunos principios.

 

Primero, la capacitación debe ser práctica e inmediata. Los adultos mayores aprenden mejor cuando ven aplicación directa a problemas reales que enfrentan. Un curso genérico sobre "fundamentos de IA" resulta menos efectivo que un taller donde el profesional aprende a usar ChatGPT para revisar un contrato que tiene sobre el escritorio.

 

Segundo, el ritmo importa. Los programas diseñados para nativos digitales asumen velocidades de adopción que no son universales. Un senior puede requerir más tiempo para las mismas competencias, no por menor capacidad cognitiva, sino por mayor necesidad de integrar lo nuevo con décadas de práctica previa.

 

Tercero, el acompañamiento entre pares reduce resistencias. Un abogado de sesenta años puede desconfiar de un instructor de treinta. Pero si un colega de su misma generación le muestra cómo usa la herramienta en casos reales, la adopción se facilita.

 

Cuarto, las instituciones profesionales tienen un rol. Los colegios de abogados podrían desarrollar programas específicos para seniors, con mentorías cruzadas, espacios de práctica protegidos, certificaciones progresivas. Esto requiere inversión y voluntad política.

 

Una transformación inevitable; adaptarse o quedar afuera es opcional

 

La profesión legal argentina enfrenta una transformación que nadie eligió pero todos deben navegar. La IA generativa no es una moda pasajera. Es una reconfiguración permanente de cómo se produce y distribuye el conocimiento jurídico.

 

Los abogados jóvenes tienen ventajas de adaptación, pero carecen de experiencia sustantiva. Los abogados mayores tienen experiencia invaluable, pero enfrentan barreras de adopción tecnológica que, sin intervención deliberada, podrían convertirse en muros.

 

El escenario óptimo combina ambos: seniors que aportan juicio profesional maduro con juniors que dominan herramientas digitales, en estructuras de colaboración que aprovechan lo mejor de cada generación. El escenario distópico es una segmentación donde los seniors quedan relegados a funciones ceremoniales mientras los juniors asistidos por IA capturan el trabajo sustantivo.

 

¿Cuál de estos futuros se materializará? Depende de decisiones que aún no se han tomado. De inversiones en capacitación diferenciada. De políticas institucionales que reconozcan la brecha generacional como problema colectivo, no individual. De honestidad para admitir que treinta años de experiencia, por valiosos que sean, no garantizan relevancia futura si no se complementan con nuevas competencias.

 

Los clientes nunca compraron taladros. Solo querían agujeros en la pared. Ahora saben que hay formas mejores, más rápidas y más baratas de conseguirlos. La pregunta es si nosotros también lo sabemos, y si estamos dispuestos a actuar en consecuencia antes de que sea demasiado tarde.

 

Este artículo forma parte de un estudio en curso sobre obsolescencia profesional y reconversión de abogados ante la inteligencia artificial. Los comentarios y sugerencias son bienvenidos en [email protected].

 

 

Citas

(*) Ignacio Adrián Lerer CEO IntegridAI | Abogado (UBA), EMBA (IAE); más de 30 años de experiencia en derecho corporativo. Escribe sobre tópicos en la intersección entre derecho, tecnología y sistemas complejos. Blog Substack: adrianlerer.substack.com

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