Por Déborah Huczek (*)
La finalidad de todo juicio es encontrar la verdad acerca de cómo sucedieron los hechos que son investigados, si el acusado es culpable, si el accidente ocurrió, si el reclamo del trabajador es real y tantos otros casos que son planteados a diario en los tribunales.
Para lograr esa verdad todos los operadores deben comprometerse a buscarla, estar convencidos de que ese es el objetivo principal, un deber moral y ético que se debe cumplir, pues de lo contrario la justicia fracasa.
El juicio no es una teatralización surgida de alguna mente creativa, con personajes imaginarios o salidos de un cuento. Sino que busca reconstruir esa verdad evocando los recuerdos que conserva el testigo de momentos que fueron percibidos por sus propios sentidos, suyos y no de otros.
Ya sea que estemos en un juicio penal, laboral civil o de cualquier otra índole, la prueba fundamental es la testimonial. Terceros ajenos al juicio vienen a contarnos lo que vieron. Le cuentan al juez. Y es dentro de ese ámbito que toda mentira u ocultamiento debe ser considerada como falso testimonio o perjurio. Puesto que antes de contar lo que el testigo presenció se le toma juramento de decir la verdad y se le advierte que si incurre en falsedad puede ser condenado desde un mes a cuatro años de prisión, conforme el Art. 275 del Código Penal.
Uno cree y espera que bajo esos términos sean muy pocos los que se presentan a un juicio a mentir. Sin embargo, no es así. La mentira es más común de lo que debiera, la justicia hace la vista gorda, oídos sordos y tolera estos actos que debieran ser duramente castigados. Pero peor aún es cuando la mentira es detectada alguna que otra vez y algún valiente la denuncia.
Lo que sucede después, sobre ese que mintió, falseó, ocultó, negó o calló la verdad, frente a un juez y en un juicio, es insólitamente peor que la misma mentira. Porque en lugar de encontrar un castigo encuentra una protección especial de parte de la Justicia. Como si se tratara de algo mínimo, sin importancia, como si fuera una mentira piadosa o un juego entre chicos.
No existen prácticamente condenas por este delito. Sin embargo mentir afecta la administración de Justicia, y con ella la Justicia misma que los ciudadanos debemos recibir. Sus efectos son escandalosos, el culpable puede quedar libre, el inocente preso, el demandado de algún juicio condenado a pagar una fortuna o no pagar nada aunque debiera.
Los jueces deberían decirle a la sociedad que la Justicia es algo serio y que quien mienta será pasible de un castigo. Sin embargo, a pesar de la burla descarada, se permiten y se justifican mentiras a diario en los tribunales de justicia.
Cuando el juez penal recibe las denuncias por falso testimonio, siente un peso sobre sí que quiere sacarse de encima. Les parece realmente una pavada investigar un hecho así comparado con otros casos mas graves que deben llevar. Si le corren vista al Fiscal, generalmente es el mismo quien pide la desestimación. Lo cual es doblemente vergonzoso. Los ciudadanos invertimos tanto para obtener tan poco…
Pero si como denunciantes de ese falso testimonio tenemos suerte de que se siga la investigación, nos encontramos con otro escollo más. En virtud de la baja escala penal que le corresponde (un mes a cuatro años de prisión) el imputado, ese sujeto que mintió frente a un juez, será beneficiado con la suspensión del juicio a prueba. ¿Qué significa esto? Que le impondrán pautas de conducta que deberá cumplir por un año y que cumplidas le habrán permitido zafar del juicio oral. No le quedan antecedentes ni condena, a pesar de que mintió. Y a pesar de que se burló de la Justicia. Entonces, ¿cómo pretender que nuestro sistema legal sea tomado en serio cuando ni siquiera sus propios operadores honran su rol?
El día que esto cambie, que el mensaje a la sociedad sea claro y contundente en el sentido expresado, ese día podré decir a los cuatro vientos que yo también creo en la justicia y convocaré al resto de ciudadanos a creer en ella.
(*) Abogada especialista en Derecho Penal y en Juicio oral (master EEUU).
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