Por Héctor Legarre (*)
La mediación familiar, como método alternativo de resolución de conflictos, es muy útil. Los procesos relacionados con la misma, implican un enfoque donde se trabaja con un sistema formado a partir de dos personas, y se basa en los principios de voluntariedad, transparencia y respeto mutuo. Este último principio, lamentablemente, no siempre está presente entre las personas involucradas.
En la República Argentina, la Ley Nº 26.589, de Mediación Obligatoria, excluye expresamente en su artículo quinto inc.b, la Mediación Familiar. A mi juicio, esta circunstancia favorece al Instituto que acabamos de mencionar. La razón es que la no obligatoriedad permite un desarrollo mucho más amplio del intercambio de ideas, razonamientos, entre Mediador/Negociador y las personas que son partes en un conflicto familiar. No me voy a referir en esta oportunidad, a lo establecido al respecto por el nuevo Código Civil y Comercial, dado que su vigencia es muy reciente, a pesar de que varios autores como Julio Rivera han escrito, sobre todo éste último, una excelente obra respecto al nuevo Código.
Las rupturas matrimoniales se convierten, en muchas ocasiones, en batallas donde las emociones e intereses enfrentados impiden ver la realidad a los miembros de la pareja que no consiguen en ese caso, llegar a un acuerdo de separación aceptable para ambos, y beneficioso para los hijos. En definitiva es, como dijimos, una alternativa que evita recurrir a los tribunales obligatoriamente.
Cuando el grupo de abogados hiciéramos el curso de Mediación Obligatoria en la Universidad Austral hace ya unos cuantos años, tal cual lo establecía la Legislación vigente, contemplaba 60 horas teóricas y 40 prácticas. No voy a hacer referencia a las teóricas ya que no es el objetivo de este trabajo. Solamente recordar la excelencia de los profesores y profesoras que tuvimos, de los cuales aprendimos mucho. Las horas prácticas las hicimos en la Fundación Libra. Fue impresionante ver por Cámara Gesell la co-mediación/negociación que llevaban a cabo un psicólogo y un abogado. Pudimos comprobar la excelencia del psicólogo que trataba de bajar los decibeles de Beatriz, una señora casada -muy joven, de no más de 30 años-, golpeada fuertemente por su marido en la cara y en los brazos, que eran las partes expuestas a la vista de su cuerpo. La mujer estaba absolutamente fuera de sí, siendo su única intención ir directamente a un divorcio vincular, dado que la violencia del marido había sido tan grande que su enojo la puso en esa situación. Personalmente me llamó la atención que quien intervenía activamente era el psicólogo, ya que el abogado, mediador muy conocido en Buenos Aires, no intervino para nada. Al psicólogo le llevó bastante tiempo ir calmando el odio y resentimiento que sentía Beatriz hacia su marido. Sin exagerar, si el marido hubiera estado en ese momento presente y ella con un arma, no dudo que lo hubiera matado, siendo tal el estado de alienamiento que tenía. Lentamente, Francisco –el psicólogo- con mucha habilidad y un lenguaje gestual extraordinario, fue calmando, como dijimos, ese estado de desesperación. A Beatriz le fue cambiando el rostro: de la crispación fue pasando a un estado casi de placidez y con mucha disposición de conversar con Francisco. Éste le manifestó que nada ganaba yendo a un divorcio vincular, puesto que pasar por esa instancia le iba a hacer revivir todo lo pasado. La convenció entonces de la posibilidad de ir a un divorcio por mutuo consentimiento, siendo condición para esto, que el marido aceptara.
El marido, de nombre Ricardo, comenzó a hablar entonces con Francisco y el abogado. Es increíble cómo a veces las apariencias nos engañan. El aspecto de Ricardo era el de un hombre agradable, totalmente calmado y muy dispuesto a conversar. Pero Francisco inmediatamente lo llevó a la realidad: su esposa era la típica mujer golpeada, condición lamentablemente bastante común en todo el mundo. Viene a mi recuerdo inmediato una de las tantas películas que reflejaron este tipo de violencia, la española “Te doy mis ojos” que reflejó de muy buena manera la imposibilidad de controlar los instintos de violencia del personaje. Volviendo a nuestro caso, Ricardo era un hombre de contextura mediana y nada indicaba que pudiera ser una persona violenta, y al ser interrogado por el psicólogo tuvo que reconocer lo que vimos todos en la mujer: que estaba totalmente golpeada, lastimada, con algunas heridas suturadas. Sin perder tiempo, Francisco le hizo la propuesta que era muy sencilla. Enfrentarse a un juicio con consecuencias muy previsibles, en materia de resarcimiento económico, tenencia de sus dos hijos pudiendo llegar inclusive a afectar el régimen de visitas. Marido y mujer aceptaron voluntariamente la propuesta efectuada.
Años después, tomando un café con Francisco, le pregunté si había sabido algo de esta pareja tan despareja y me dijo que sí, que un día había pasado por la Fundación Beatriz, comentando que era una mujer feliz, sintiéndose realizada con su vida rehecha y disfrutando de sus hijos. Su decisión de no casarse nuevamente, le contó ella, era terminante. Había quedado tan atemorizada y sufrido tanto que no podía contemplar esa posibilidad bajo ningún punto de vista.
Lo que quiero comentar ahora, que la instancia que hemos comentado es una situación extrema, ya que hay otras maneras de tratar de llegar a un acuerdo, manteniendo vigente el matrimonio. Hay mediadores privados especializados, generalmente psicólogos, en la mediación familiar, que como veremos, es un camino que no se puede dejar de recorrer intentando preservar un matrimonio antes de llegar a un divorcio, cualquiera fuera el tipo de figura por la que se opte. La característica de estos mediadores es la de conversar con los cónyuges a veces en forma conjunta, a veces en forma separada, pero siempre dejando antes de terminar la consulta, prendida una luz de esperanza. Ejerciendo esta tarea, personalmente pude comprobar que es notable cómo se puede llegar a un acuerdo de convivencia donde ambos cónyuges hacen un esfuerzo para mantener su matrimonio. Pesan, en esta razón, mucho los hijos, ya que el mantenimiento de la familia unida es sumamente importante para numerosas parejas. Son esos casos donde las partes se dan cuenta porque lo han visto en matrimonios amigos o donde fuera, cómo sufren los hijos, sobre todo cuando son chicos. Por eso quiero terminar diciendo que para divorciarse, siempre hay tiempo. Para ello es necesario continuas reuniones de meditación profunda, pensando en la unidad de la familia, célula fundamental de la sociedad hasta hace no mucho, y que lamentablemente en nuestros días no se tiene muy en cuenta.
Y no está acá en juego ni las religiones, ni la moral, ni la ética. Debe interpretarse como una lucha continua por salvar lo que tanto se tardó en construir. Siempre el camino más fácil es romper el vínculo sin pensar en las consecuencias que se generan en las familias.
(*) Presidente del Centro Empresarial de Mediación y Arbitraje.
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