Tradicionalmente, el Compliance se ha concebido como una función técnica y jurídica, centrada en la prevención, detección y respuesta ante incumplimientos normativos.
Sin embargo, las organizaciones han comenzado a comprender que las normas por sí solas no generan comportamientos éticos.
El Compliance contemporáneo ya no se concibe solo como una estructura formal de controles, políticas y procesos destinados a evitar sanciones.
Aplicar sus dimensiones al Compliance no es una opción decorativa, sino un factor determinante de su legitimidad, sostenibilidad y eficacia.
Hoy se entiende como un proceso sistémico de gestión del comportamiento humano orientado a la integridad organizacional.
Esto implica influir sobre decisiones, actitudes y hábitos, todos ellos profundamente anclados en la dimensión emocional del ser humano.
Aquí es donde la inteligencia emocional (IE) -concebida como la capacidad de reconocer, comprender, regular y utilizar las emociones propias y ajenas- se revela no solo útil, sino esencial.
Aquí es donde entra la inteligencia emocional (IE), como una herramienta esencial para promover no solo el cumplimiento de la ley, sino una cultura de integridad sostenible.
La Inteligencia Emocional es una suma al Compliance
La IE aporta una dimensión humana al Compliance, ayudando a comprender por qué las personas actúan como lo hacen, cómo se relacionan con las reglas y qué los motiva a cumplirlas o ignorarlas.
En cuanto a su fundamento conceptual, en su acepción más básica, el cumplimiento normativo implica la conformidad de las conductas de una organización y sus miembros con la legislación aplicable, normativas internas, códigos de conducta y políticas regulatorias.
Sin embargo, esta definición “de mínimos” se ha ampliado en la práctica moderna, abarcando también la promoción de valores éticos compartidos, la gestión preventiva de riesgos reputacionales, y la creación de entornos donde la legalidad se vive como una convicción, no como una imposición.
Esta evolución exige comprender que el comportamiento humano -base del Compliance- no se rige exclusivamente por la lógica racional o jurídica.
Las emociones, las percepciones, los estados de ánimo, y las relaciones sociales influyen tanto o más, que las normas escritas.
La IE no puede ser considerada como un lujo emocional en los programas de cumplimiento.
Es su fundamento humano, su motor cultural y su puente con el propósito institucional.
Cada dimensión permite responder a una pregunta esencial:
- ¿Cómo me siento y cómo influyen mis emociones en mis decisiones? (la autoconciencia).
- ¿Soy capaz de actuar éticamente aún bajo presión? (la autorregulación).
- ¿Por qué cumplo? ¿Qué me mueve? (la motivación).
- ¿Puedo comprender al otro incluso si no estoy de acuerdo con él? (la empatía).
- ¿Sé construir relaciones basadas en la integridad? (las habilidades sociales).
Incorporar y cultivar estas dimensiones no solo mejora el rendimiento del Compliance, sino que lo convierte en una fuerza transformadora, que no se limita a cumplir reglas, sino que promueve culturas organizacionales éticas, resilientes y emocionalmente inteligentes.
Compliance como conciencia
Es, en definitiva, el paso del Compliance como control al Compliance como conciencia.
Las cinco dimensiones de la IE propuestas por Daniel Goleman[i] -autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales- tienen aplicaciones directas al entorno del Compliance:
a). La autoconciencia.
En la autoconciencia, el profesional de cumplimiento debe ser capaz de reconocer sus propias emociones, prejuicios o reacciones ante situaciones de tensión, como una denuncia interna o un dilema ético.
Esta autoconciencia ayuda a mantener la objetividad.
La autoconciencia permite, por tanto, al profesional de cumplimiento o al líder ético reconocer cómo sus emociones influyen en su juicio, sus valores, su estilo de liderazgo y su interpretación de las normas.
Aporta lucidez emocional frente a situaciones moralmente complejas o de alta carga psicológica.
b). En la autorregulación.
En la autorregulación, se permite gestionar emociones intensas (ira, frustración, ansiedad) ante conflictos normativos o comportamientos desviados, evitando respuestas impulsivas o punitivas que puedan deteriorar la confianza organizacional.
Cuando se hace referencia a la autorregulación emocional, se hace alusión también a la a la capacidad de gestionar impulsos, reacciones y estados emocionales que pueden interferir con el comportamiento profesional o ético.
Es especialmente relevante en situaciones de estrés, ambigüedad moral, conflicto jerárquico o presión institucional.
c). En la motivación.
En la motivación, la IE se orienta hacia valores éticos, más allá de la simple obligación legal, reforzando la misión del Compliance como motor de cambio cultural en la empresa.
Se refiere a la capacidad de actuar movido por principios internos y no por incentivos externos.
En Compliance, esta motivación intrínseca es la que genera programas sostenibles: cuando las personas cumplen no porque deben, sino porque quieren y creen en ello.
d). En la empatía.
En la empatía, se produce un factor que es determinante para comprender el punto de vista de un denunciante, de un infractor o de empleados sometidos a presión.
La empatía facilita la comunicación eficaz, reduce la resistencia y fortalece la justicia organizacional.
La empatía implica leer el estado emocional de los demás, incluso cuando no lo expresan abiertamente.
En contextos de cumplimiento, es clave para gestionar el impacto emocional de las políticas, los procesos de denuncia, las investigaciones o la sanción ética.
e). En las habilidades sociales.
Esta dimensión integra todas las anteriores. Implica la capacidad de construir relaciones de confianza, liderar equipos éticos, resolver conflictos normativos y promover el cumplimiento con una influencia auténtica, no autoritaria.
Liderar con influencia, no con imposición
En las habilidades sociales, las competencias interpersonales ayudan a liderar con influencia, no con imposición.
Permiten persuadir, resolver conflictos y promover la cooperación en el cumplimiento normativo.
Aquí surge la necesidad de aplicar la inteligencia emocional (IE) como una capacidad para integrar lo emocional y lo normativo en una estrategia coherente de cultura ética.
Aplicar estas competencias de forma aislada tiene un efecto limitado.
Lo que potencia su impacto es la articulación sistémica, donde cada dimensión fortalece a las demás.
A título de ejemplo se pueden citar algunas de las situaciones, que se pueden llegar a producir: (i) una buena autoconciencia sin autorregulación puede derivar en parálisis o sobreexposición emocional; (ii) una alta motivación sin empatía puede convertirse en rigidez moral o idealismo desconectado de la realidad; y, (iii) la existencia de unas excelentes habilidades sociales sin autoconciencia, pueden conducir a manipulaciones en lugar de influencias auténticas.
Por tanto, la madurez emocional del área de Compliance y de sus líderes depende de su capacidad de desarrollar equilibradamente estas cinco dimensiones, alineándolas con los valores, el propósito institucional y el contexto organizacional.
Impacto de la Inteligencia Emocional en el Compliance
Por ello, se debe analizar el impacto que tiene la IE en los distintos niveles del sistema de Compliance:
a). En un nivel estructural, consistente en el diseño del programa.
Un programa de cumplimiento emocionalmente inteligente no se limita a imponer reglas o controles, y consecuentemente con ello considera: (i) que la realidad emocional de los empleados -el cansancio, las presiones, los valores personales-; (ii) la percepción del Compliance como función aliada o fiscalizadora; y, (iii) el tipo de liderazgo que modela el comportamiento ético.
Un programa sensible a estos factores incorpora formación emocional, acompañamiento ético y canales de escucha activa para fomentar la participación, la prevención y el compromiso.
b). En un nivel operativo, que hace referencia a un comportamiento del personal de cumplimiento.
En este sentido, debe tenerse presente que el profesional de Compliance emocionalmente competente interpreta no solo hechos objetivos, sino también emociones subyacentes -v.gr. el miedo, la duda, la frustración, etc.-; también, es capaz de desarrollar habilidades de comunicación asertiva y empática para explicar normativas sin generar rechazo, y de maneja con neutralidad y contención emocional las investigaciones o conflictos éticos, reduciendo el impacto negativo sobre los involucrados.
Esto es especialmente relevante en empresas con estructuras complejas, entornos multiculturales o industrias con alta presión regulatoria, donde la gestión emocional del cumplimiento puede marcar la diferencia entre éxito y fracaso.
c). En un nivel cultural, presidido básicamente por la emocionalidad colectiva y la cultura ética.
Cada organización desarrolla un ecosistema emocional, en la que tienen cabida cómo se expresan los desacuerdos, cómo se gestiona la culpa, cómo se viven los errores, qué emociones se consideran aceptables o no.
Estas emociones compartidas pueden favorecer o bloquear el cumplimiento normativo.
Como claros ejemplos de ello, pueden señalarse el hecho de la existencia de una cultura basada en el miedo, la cual puede promover el cumplimiento superficial, pero también genera ocultamiento, desconfianza y riesgo reputacional, o una cultura basada en la empatía, en el reconocimiento, y en el respeto, la cual fomenta un cumplimiento interiorizado, sostenido, y congruente con los valores institucionales.
Leer emociones colectivas
La IE permite a los líderes “leer” estas emociones colectivas, actuar como reguladores del clima ético, y construir una narrativa institucional coherente con la integridad.
También es importante considerar la IE en aquellas situaciones críticas del cumplimiento
Así debemos distinguir una serie de supuestos que pueden presentar una especial problemática:
a). El manejo del error ético.
Cuando se detecta una infracción, el tipo de respuesta que ofrece la organización no solo define su nivel de justicia, sino también su madurez emocional.
Las reacciones pueden ir desde la culpabilización automática hasta la oportunidad de aprendizaje.
De este modo, un enfoque emocionalmente inteligente investiga con imparcialidad y contención emocional, ofrece un feedback que no humilla ni expone innecesariamente, y, promueve la recuperación del compromiso ético (reinserción ética).
b). La implementación de cambios normativos.
Toda implementación de nuevas normativas o políticas internas genera resistencia, ya que modifica rutinas, exige cambios de conducta y puede generar inseguridad.
La IE permite detectar el malestar temprano, explicar el cambio con claridad emocional, sin paternalismo ni tecnicismo, y gestionar con sensibilidad la transición, a través de espacios de diálogo, de refuerzos positivos, y de la existencia de un soporte ético.
c). La gestión de denuncias y reportes.
El canal de denuncias es uno de los espacios más emocionalmente cargados del sistema de cumplimiento.
Un sistema emocionalmente ciego puede reforzar la desconfianza o el miedo.
Uno emocionalmente inteligente, acoge a la persona que denuncia con respeto, empatía y confidencialidad, gestiona el proceso con tacto, discreción y comunicación sensible, y cierra el ciclo con justicia emocional, tanto para el denunciante como para el investigado.
En este orden de cosas, se hace necesario tener una visión global acerca del Compliance, donde desde la perspectiva de la IE se contemplen aspectos como la legalidad, la emocionalidad, y el liderazgo.
No es un enfoque «blando»
El cumplimiento normativo con IE no es un enfoque “blando” o alternativo.
Constituye y representa una evolución que reconoce la complejidad del comportamiento humano en contextos organizacionales.
Esta visión se articula en diferentes pilares, que son, además, complementarios entre sí:
a). La legalidad que lleva consigo lo que debe hacerse, y que implica el cumplimiento de normas externas e internas.
b). La emocionalidad, que implica cómo se vive el cumplimiento, y que representa a los sentimientos que surgen ante las normas, la justicia, los líderes y los procedimientos.
c). Y el liderazgo que determina quién de manera efectiva modela y diseña la conducta, lo que supone la influencia del ejemplo, la coherencia, el modo de ejercer el poder, y, al mismo tiempo, la capacidad para regular emociones propias y ajenas.
El hecho de integrar estos tres niveles fortalece el compromiso interno, mejora la reputación externa, y convierte al Compliance en un motor real de sostenibilidad empresarial.
Consecuentemente con ello, el hecho de integrar la inteligencia emocional en los programas de cumplimiento genera beneficios estratégicos muy significativos.
Ello, supone una mayor eficacia en investigaciones internas, ya que un enfoque empático y emocionalmente inteligente durante entrevistas o revisiones favorece la obtención de información confiable, reduce el miedo y el sesgo defensivo, y promueve la cooperación voluntaria.
Todo estos elementos representan al mismo tiempo, la prevención de riesgos éticos, en donde a través de la IE se permite anticipar situaciones de riesgo mediante la observación de climas laborales tóxicos, las tensiones interpersonales, las actitudes hostiles hacia las normas o señales de estrés crónico, que pueden derivar en comportamientos desviados.
Fomento del liderazgo ético
Supone, por tanto, el fomento del liderazgo ético, en donde los líderes emocionalmente inteligentes modelan comportamientos íntegros, inspiran confianza, y cohesionan a sus equipos en torno a los valores de la organización.
Y de la misma forma, todo ello lleva consigo la transformación de la cultura corporativa, en el que el Compliance emocionalmente inteligente no se basa en el miedo a la sanción, sino en la adhesión voluntaria a principios éticos.
Así, se promueve una cultura de cumplimiento sostenible, con mayor resiliencia, y, desde luego, con una menor dependencia del control externo.
Por ello, puede afirmarse que un Compliance emocionalmente inteligente representa en la práctica una ventaja competitiva para cualquier organización, que lo sepa administrar adecuadamente.
Así, en una era marcada por la transparencia, por la presión social sobre la ética empresarial, y por la rapidez en la circulación de la información y de los escándalos, las organizaciones no pueden limitarse a cumplir.
Deben ser percibidas como éticas, justas y coherentes.
El cumplimiento normativo emocionalmente inteligente aumenta la legitimidad interna de los programas de Compliance, mejora de manera muy sensible la resiliencia organizacional ante crisis reputacionales, reduce los costos ocultos derivados del conflicto ético mal gestionado, y contribuye de una manera ciertamente significativa a promover una cultura sólida, en la que los empleados no actúan por obligación, sino por convicción.
Por todo ello, la IE no es un “extra” en el cumplimiento normativo, sino su motor humano.
Donde hay reglas, hay emociones, y donde hay emociones, debe haber inteligencia para comprenderlas, canalizarlas y convertirlas en fuerza ética.
Solo de esta manera el Compliance será más que una obligación, ya que constituirá una forma de construir organizaciones más humanas, y que simultáneamente, sean más justas y sostenibles.
Citas
(*) Artículo reproducido con autorización del autor, originalmente publicado en el sitio ConfiLegal https://confilegal.com/20250615-opinion-acerca-de-la-vinculacion-entre-el-compliance-y-la-inteligencia-emocional/
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