Diana C. Sevitz (*)

¿Por qué estudiaste lo que estudiaste?
La verdad, nunca soñé con ser abogada. Empecé a estudiar Derecho porque trabajaba en un estudio jurídico para pagarme la carrera de Licenciatura en Química. Pero algo pasó. Me envolvió ese perfume de los libros viejos, los tomos alineados en la biblioteca, las historias humanas detrás de cada expediente. Y sin darme cuenta, dejé las pipetas, el guardapolvo y las cápsulas de Petri… y me interné en el mundo del Derecho. Me enamoré de la idea de la justicia, de los valores, del poder ayudar.

 

¿Qué te gustaría hacer que no hiciste todavía?
Me gustaría trabajar más como coach ontológica, dejar un poco la toga y meterme de lleno en acompañar procesos de transformación personal y grupal. Ya vengo explorando ese camino, pero aún no lo habito del todo. Me tienta la idea de enseñar desde otro lugar.

 

¿Cuál fue el primer trabajo que hiciste en tu vida?
Secretaria en un estudio jurídico. Y no era una secretaria cualquiera: firmaba demandas (¡shhh, infidencia!), organizaba expedientes, redactaba escritos… tanto que un día me di cuenta de que ya estaba haciendo Derecho sin haber cursado ni una materia.

 

¿De qué manera tu vocación te conecta con otros?
Cuando alguien me cuenta que no puede dormir por una gotera, o que la vecina lo maltrata, o que no lo dejan usar el ascensor con el perro, yo no pienso en normas, pienso en personas. El Derecho de la Propiedad Horizontal me permitió conectar con los dolores cotidianos, los que a veces parecen menores, pero son los que más afectan la vida diaria. Mi vocación es servicio, es escucha, es palabra.

 

¿Qué superpoder tenés?
La sonrisa. Sonrío incluso cuando no tengo ganas, y eso, mágicamente, cambia todo. Me abre puertas, desarma enojos, genera confianza. Otro superpoder: mi carácter positivo y estable. A veces me digo: “Diana, vos sos tu mejor aliada”.

 

¿Qué no sabés hacer ni te interesa aprender?
Ser piloto de avión. No puedo entender cómo un ser humano logra que eso tan grande, tan pesado, vuele. Me da vértigo solo pensarlo. Y cirujana, tampoco. Tener la vida de alguien en la punta de un bisturí... no es para mí. Prefiero curar con la palabra, con la escucha, con un tango.

 

¿Qué es lo que más te gusta hacer en tu tiempo libre?
Cantar. Estudié canto más de 20 años. Canto tango, pero también boleros, música latinoamericana. Me subo a un escenario, aunque sea pequeño, y soy feliz. También disfruto caminar, hacer yoga, reunirme con artistas, ver teatro. Mi mundo está lleno de arte.

 

¿Tenés rutinas o rituales que te sostienen?
Sí, y aunque a veces me las salteo, sé que me hacen bien. Caminar, hacer yoga, escuchar música, cuidar lo que como, reírme con mis amigas. Y cada tanto, armar la valija, porque viajar es otra forma de respirarme. Dicen que tengo “alma de valija”: siempre lista para partir, pero también para volver.

 

¿Qué te ayuda a mantener los pies en la tierra?
Sinceramente… nada. Vivo más en las nubes que en el piso. Soy artista, y los artistas soñamos. Pero sí tengo anclas: mi familia, mi gente, mi vocación. A veces necesito bajarme de mis ideas locas y decirme: “Diana, respirá, pisá firme”.

 

¿Qué te emociona profundamente?
Ver a alguien lograr algo que creía imposible. Un consorcista que recupera la calma. Un alumno que me dice: “Gracias, entendí”. Un aplauso después de cantar. Y también me emociona una canción bien cantada, una historia bien contada, una mirada honesta.

 

¿Qué canción te representa?
“Mariel y el capitán” de Charly García. Una vez la canté para abrir una disertación sobre asambleas de consorcio en Panamá. Sí, así como suena: stand-up, canción y luego Derecho. Porque todo se puede mezclar, todo puede tener poesía.

 

¿Qué lugar ocupa el arte en tu vida?
Es mi casa. Es donde me refugio y donde me muestro. El arte me da voz cuando el Derecho se queda corto. Me enseñó a hablar, a comunicar, a no tenerle miedo a un Zoom ni a una audiencia. Me dio libertad.

 

¿Cuál es tu lema?
Uno que encontré en el coaching y que me acompaña siempre: “Hacer lo difícil fácil, y ayudar a reaprender lo ya aprendido”. Otro que me inventé: “No hay que doblar bananas”. Cada uno tiene su forma, su estructura. Si intentás forzar, se rompe.

 

¿Te interesa la inteligencia artificial?
Mucho. Creo que si la usamos bien, puede despertar al Derecho de su largo sueño burocrático. La clave está en el prompt, en cómo la alimentamos. Es una herramienta poderosa, pero sigue siendo humana la inteligencia que la guía.

 

¿Qué título le pondrías a tu autobiografía?
“No será que no lo intentó.” Ese sería también mi epitafio. Porque lo que no hice, fue por decisión, no por falta de ganas. Viví con intensidad, con muchas pasiones, y siempre, siempre con entrega.

 

 

Citas

(*) Diana C. Sevitz es abogada, mediadora, autora y disertante internacional especializada en Propiedad Horizontal, con amplia trayectoria en la gestión de edificios de alta gama, barrios cerrados y countries. Docente en instituciones como CAPHyAI y la UNLP, es también coach profesional y neurosicoeducadora, con enfoque en género, resolución de conflictos en redes sociales y gestión del tiempo. Ha publicado numerosas obras sobre administración consorcial y participa activamente como columnista y conferencista en encuentros nacionales e internacionales del sector.

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