Durante mucho tiempo he pensado que el abogado que apagaba incendios en su organización lo hacía por necesidad: la sobrecarga de trabajo, la falta de más recursos económicos, de tiempo y humanos, las difíciles relaciones con los demás departamentos, por ejemplo, con comercial o con los mismos clientes, a los cuales el derecho resulta incomprensible tal como les resulta poco clara la función jurídica corporativa me parecen razones fundadas por encontrarse en la situación de tener siempre que solucionar problemas en el último momento. Resolver crisis, responder correos urgentes, correr tras plazos, solucionar imprevistos… ¿Te suena?
La formación en legal project management y process improvement que imparto desde hace años se centraba en la idea de que, si hubiesen sabido planificar mejor, si solo hubiesen aprendido a dedicar más tiempo a la estrategia y menos a la ejecución, los abogados habrían podido tener un rol más proactivo que reactivo. Y esto, sin duda, sigue siendo una buena estrategia.
Sin embargo, acercarme cada vez más al estudio de la neurociencia y a la comprensión de cómo funciona nuestro cerebro me ha permitido entender que no siempre el abogado es bombero por necesidad, sino que a veces – y nos sorprendería cuántas – es bombero por amor a los incendios.
En el ámbito legal, muchos abogados asumen el rol de "bomberos", resolviendo crisis con rapidez y efectividad. Aunque parece una muestra de compromiso y profesionalismo, desde la neurociencia sabemos que este comportamiento muchas veces no es por necesidad estructural del trabajo, sino por cómo el cerebro responde al estrés y a las recompensas inmediatas.
Desde la neurociencia, este comportamiento que a primera vista parece irracional e injustificable puede explicarse por varios factores.
¿Qué hace el abogado bombero? Diferentemente del abogado ingeniero, el bombero apaga incendios cuando aparecen, es decir, se activa cuando surge la necesidad. El predominio del modo reactivo es típico de nuestro sistema límbico, la segunda capa de nuestro cerebro, la emocional, también la del miedo. Resolver urgencias activa el sistema de recompensa inmediata del cerebro, liberando dopamina y generando una sensación placentera de logro. Cada vez que resolvemos un problema urgente o salvamos una situación límite, el cerebro libera dopamina, lo que genera una sensación de logro, alivio y euforia momentánea (¡Qué bien lo hemos hecho! ¡Qué grandes que somos!). Este sistema de recompensa se refuerza rápidamente: el abogado siente que está "haciendo lo que debe hacer" y que su valor está en su capacidad de reaccionar (¡Seguimos!).
Esta respuesta neuroquímica puede llevar a una forma de adicción al estrés, donde el cerebro busca repetidamente el 'rush' de apagar incendios. Esta falsa sensación de eficacia refuerza el hábito de trabajar bajo presión constante, aunque no sea ni sostenible ni realmente productivo." Dicho en palabras más sencillas, hacer de bombero te hace sentir indispensable, te da una descarga de dopamina más intensa que revisar el celular y ver que el cliente no ha escrito, y te deja tan enganchado como si apagar incendios fuera una suscripción premium al éxito.
Con el tiempo, esta respuesta se vuelve un patrón: el abogado ya no sólo reacciona a las crisis, sino que necesita ese entorno de crisis para sentirse útil, productivo o incluso motivado. Esto configura un ciclo neuroquímico adictivo al estrés agudo, que puede llevar a procrastinación crónica, auto-sabotaje y agotamiento.
Y ya lo sé, no es tu caso. A ti no te pasa.
¿Sabes lo que además conlleva todo eso? Una sensación de eficacia que es falsa. Actuar en modo reactivo da una sensación de eficacia, pero es solo aparente. A largo plazo, este estilo de trabajo drena la energía cognitiva, impide la planificación estratégica y limita la creatividad y la prevención de conflictos, que son pilares del ejercicio jurídico moderno.
Además, el multitasking produce una sobrecarga cognitiva cuando un abogado maneja múltiples tareas de diferentes áreas durante un periodo largo de tiempo. Esto puede saturar la corteza prefrontal (responsable de la planificación y toma de decisiones), haciendo que se prioricen tareas urgentes en lugar de las importantes. Y no es casualidad, sino el funcionamiento de nuestro cerebro. Te cuento por qué.
Imagina estar rodeado de verdad del fuego. El aire se hace espeso, no respiras bien, no ves por el humo, sube la temperatura a tu alrededor. Sin embargo, eso es solo la parte más evidente, la de la que te das cuenta. Mientras tanto, sin que tú lo entiendas conscientemente, se activa el sistema de alerta del cerebro, tanto nuestra amiga amígdala, que funciona como mejor que Kevin Costner vigilando a Whitney Houston en El Gardaespalda, así como el eje HPA. El eje HPA (por sus siglas en inglés: Hypothalamic–Pituitary–Adrenal axis) es un sistema fundamental del cuerpo humano que regula la respuesta al estrés, el estado de alerta, el metabolismo, el sueño, las emociones y muchas funciones más. Es como el “sistema operativo” biológico que se activa cada vez que percibimos una amenaza, real o imaginada. La situación de incendio eleva nuestros niveles de cortisol y adrenalina, refuerza hábitos de atención fragmentada (porque fijarse en una sola cosa no es prudente: cuando hay un incendio a tu alrededor, mejor tengas una panorámica 360) e impide la toma de perspectiva a largo plazo.
Así que estar siempre apagando fuegos no permite entrar en estados de alta concentración y anticipación, típicos de las ondas de frecuencia beta y alpha. Este es un problema muy común, especialmente en profesiones de exigencia como el derecho: la imposibilidad de acceder a estados mentales profundos, creativos y estratégicos, debido a la constante interrupción y urgencia. Para planificar, innovar, anticipar riesgos o crear soluciones jurídicas complejas, el cerebro necesita entrar en estados de ondas cerebrales más lentas, como el estado alfa (entre la vigilia activa y la relajación creativa). Este estado permite: mayor claridad mental, asociaciones creativas, pensamiento estratégico y enfoque sostenido sin distracciones. El cerebro no puede estar en modo alerta (ondas hibeta) y en estado alpha al mismo tiempo. El primero es supervivencia (el cuerpo se prepara para luchar o huir (fight or flight); el segundo, evolución. Y en un incendio, ¿Cuál crees que vas a usar?
Se crea de hecho un círculo vicioso. Cuando vives en modo fuego constante, se hace casi imposible planificar con antelación, analizar con profundidad, ver más allá de lo inmediato, lo cual provoca más errores, más improvisaciones y, en definitiva, más incendios. El abogado queda atrapado en un bucle de urgencia que bloquea su potencial estratégico.
Trabajar constantemente en modo bombero puede darte la ilusión de productividad, pero en realidad es incompatible con los estados mentales que más valor generan en el ejercicio profesional moderno: la concentración profunda, la anticipación y el diseño jurídico inteligente.
En otras palabras: si todo el tiempo estás apagando fuegos, nunca tendrás las manos libres para construir algo que no arda.
Desafortunadamente, el entorno cultural refuerza la idea de que ser bombero equivale a ser héroe. En el mundo legal, hay un sesgo cultural que muchas veces romantiza al abogado que apaga fuegos: de hecho, se le admira por su entrega y resistencia. Si el entorno refuerza constantemente la urgencia y no premia la prevención, el cerebro se adapta a sobrevivir en ese modo, perdiendo habilidades para planificar con tiempo. Pero, desde un enfoque más saludable y estratégico, el verdadero valor está justo en anticiparse, estructurar y reducir los fuegos antes de que aparezcan. O sea, ser abogado ingeniero.
Qué poco romántico suena, ¿verdad? Hablando de bomberos, se nos viene a la mente el héroe que salva vidas humanas y, a algunas de nosotras, los calendarios más inspiradores del año; sin embargo, hablando de ingenieros, y con todo el respeto (tengo muchos amigos en la categoría), lo primero que pensamos es en planos, fórmulas... y una taza de café que lleva horas fría sobre un escritorio perfectamente organizado.
En muchas organizaciones hay sistemas que viven al límite; personas que se aprecian por salvar la situación en el último momento (¡Qué buenos son! ¡Qué reactivos!) y directivos que miden la respuesta posterior y no el plan anterior.
Si lo analizáramos mejor, veríamos que muchos incendios son recurrentes y que serían suficientes pocas medidas preventivas para impedir que ocurran. Si entras en modo arquitecto, aprendes a ser proactivo y a diseñar un sistema que funciona. Porque la palabra sistema es clave: no se trata de tratar cada situación, sino de organizar un sistema válido para todas, o por lo menos para un 70%.
El abogado "bombero" no lo es por obligación profesional, sino porque su sistema de recompensa cerebral lo ha condicionado a asociar el estrés con éxito. Reconocer esta dinámica es el primer paso para transformar el estilo de trabajo: del modo reactivo al modo preventivo y estratégico. Lo mismo tiene que ocurrir a nivel cultural en la organización: aprender a reconocer valor en evitar que el incendio nazca y empezar a introducir la arquitectura preventiva.
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