El Compliance y el Neurocompliance: dos realidades convergentes
Por Javier Puyol

El Neurocompliance representa, en primer lugar, una transformación en la forma de entender el origen del incumplimiento. Mientras que el enfoque tradicional del Compliance se ha centrado en controlar el comportamiento desde afuera, bajo la premisa de que el ser humano es esencialmente racional y que bastan normas claras y sanciones adecuadas para evitar infracciones, el Neurocompliance plantea que muchas de las decisiones que llevan al incumplimiento no responden a una lógica racional deliberada, sino que surgen de factores inconscientes, emocionales o incluso automáticos. La neurociencia ha demostrado que una parte importante de nuestras decisiones diarias se toman sin un proceso reflexivo profundo, influenciadas por atajos mentales, sesgos cognitivos, la presión del contexto y mecanismos instintivos de respuesta al estrés, la autoridad o el miedo. En este marco, entender por qué un empleado puede transgredir una norma no necesariamente requiere estudiar el contenido de esa norma, sino los estímulos, emociones y presiones que lo rodean al momento de actuar.

 

En este sentido, el Neurocompliance no niega la necesidad de establecer normas ni de contar con sistemas de control, pero considera que el cumplimiento no puede fundamentarse únicamente en la vigilancia externa. Las personas no responden solo a incentivos extrínsecos como el castigo o la recompensa; también son sensibles a la justicia percibida, la cultura de su entorno, la coherencia de los líderes, la forma en que se comunican los valores y la estructura emocional que subyace a la organización. El Neurocompliance introduce, por tanto, una dimensión interna del cumplimiento, que busca activar no solo la obediencia a la regla, sino la convicción sobre su legitimidad y el deseo genuino de actuar éticamente.

 

Esto implica cambios profundos en la forma en que se diseñan e implementan los programas de cumplimiento. No basta con tener un código de conducta extenso, lleno de tecnicismos legales y protocolos burocráticos. Lo que importa es que los mensajes sean comprensibles, emocionalmente conectados con la realidad cotidiana de los empleados y alineados con una cultura organizacional coherente. En lugar de simplemente imponer normas, el Neurocompliance propone construir narrativas que conecten con los valores personales y colectivos, ofrecer espacios de reflexión ética, simular dilemas reales para entrenar respuestas éticas bajo presión y generar contextos de trabajo que reduzcan la ambigüedad moral. Por ello, el Neurocompliance no es una moda, sino una necesidad para quienes comprenden que la sostenibilidad ética de una empresa no se logra con sanciones, sino con convicciones. 

 

 

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