Un error sin control es un escándalo en potencia
Por Javier Puyol (*)

La frase “Un error sin control es un escándalo en potencia” encierra de manera sintética el sentido último del Compliance dentro de las organizaciones.

 

El error, entendido desde la óptica del cumplimiento normativo, no debe reducirse a una equivocación individual o aislada, sino que se concibe como toda desviación respecto a las obligaciones legales, éticas o procedimentales que rigen la actividad empresarial.

 

En este marco, un error puede manifestarse en múltiples dimensiones: una omisión en el registro contable, una decisión contraria a los códigos de conducta internos, una negligencia en la protección de datos personales o, incluso, una práctica comercial que, aunque inicialmente pueda parecer inofensiva, implique un riesgo de fraude o corrupción.

 

Estos errores, en sí mismos, son inevitables en la vida corporativa porque derivan de la falibilidad humana, la complejidad operativa y la dinámica cambiante de los mercados.

 

Lo que determina su gravedad no es su existencia, sino el modo en que la organización decide enfrentarlos.

 

En Compliance, un error no es solo una equivocación operativa, sino cualquier desviación de la normativa, de los códigos éticos internos o de los procedimientos establecidos.

 

Puede ser un error humano, un fallo en los controles internos o, incluso, una omisión.

 

Desde esta óptica, cada error representa un riesgo latente que, si no se aborda, puede transformarse en un incumplimiento legal o reputacional.

 

Cuando un error no se detecta ni se gestiona, deja de ser un incidente puntual y se convierte en un factor de riesgo estructural. La falta de control interno —ya sea por ausencia de políticas claras, por deficiencia en los sistemas de auditoría o por la inexistencia de mecanismos de monitoreo— genera un terreno fértil para que el error se repita, se normalice e, incluso, se multiplique en otras áreas.

 

De este modo, lo que comenzó como una anomalía menor termina por consolidarse como una práctica tolerada dentro de la organización, lo cual no solo debilita los cimientos éticos de la empresa, sino que abre la puerta a consecuencias de enorme magnitud.

 

Un error sin control, en este sentido, no es estático, sino dinámico, ya que evoluciona, crece, se acumula y, tarde o temprano, se exterioriza en forma de incumplimiento visible.

 

Es en esa exteriorización donde se configura el escándalo. La transformación de un error interno en un escándalo público implica la materialización del riesgo de Compliance en su máxima expresión.

 

UN GOLPE DIRECTO A LA REPUTACIÓN DE LA EMPRESA

 

No se trata únicamente de un problema legal, traducido en sanciones administrativas, multas o procesos judiciales, sino también de un golpe directo a la reputación de la empresa.

 

El escándalo es la cristalización de la pérdida de confianza por parte de clientes, inversores, autoridades y la sociedad en general.

 

En un mundo hiperconectado, donde la información circula con rapidez y los estándares de transparencia son cada vez más exigentes, un error oculto o ignorado tiene el potencial de arrastrar a la organización a una crisis que no solo afecta su estabilidad financiera, sino su legitimidad y sostenibilidad a largo plazo.

 

Ejemplos emblemáticos de la historia reciente, como los fraudes contables de Enron, las emisiones falseadas en Volkswagen o las prácticas corruptas del caso Odebrecht, muestran cómo la ausencia de controles efectivos permitió que errores iniciales se convirtieran en escándalos internacionales con repercusiones devastadoras.

 

El Compliance surge precisamente como la respuesta estructural y estratégica para evitar esta evolución negativa.

 

Su misión no es eliminar la posibilidad de errores, lo cual sería imposible, sino garantizar que dichos errores se identifiquen, se gestionen y se corrijan antes de que se conviertan en crisis.

 

El establecimiento de controles internos sólidos, el monitoreo constante de las operaciones, la implementación de canales de denuncia eficaces, las investigaciones internas y el desarrollo de políticas de prevención y respuesta constituyen pilares esenciales que permiten transformar un error en una oportunidad de mejora en lugar de un escándalo.

 

De ahí que la frase analizada sintetice la esencia preventiva del Compliance: lo importante no es negar la existencia del error, sino impedir que, por falta de control, se desborde hasta convertirse en un problema reputacional y legal irreversible.

 

EL COMPONENTE CULTURAL

 

Ahora bien, más allá de los mecanismos formales, el componente cultural juega un papel decisivo.

 

En organizaciones donde prevalece una cultura del silencio, el miedo a reportar errores o la tendencia a ocultar irregularidades, cualquier fallo tiene más probabilidades de convertirse en escándalo.

 

Por el contrario, en empresas que promueven una cultura ética, donde se incentiva la transparencia, la autocrítica y la rendición de cuentas, los errores pueden ser tratados como elementos de aprendizaje y de mejora continua.

 

Así, la gestión de errores no se limita a la aplicación de controles técnicos, sino que se extiende al ámbito de los valores y la integridad corporativa.

 

Por ello, “un error sin control es un escándalo en potencia” resume la lógica fundamental del Compliance, que no es otra que la afirmación consistente en que la prevención es más poderosa que la reacción, y la cultura de integridad es más sólida que cualquier norma escrita.

 

El error es inevitable, pero el escándalo es evitable si la organización asume el compromiso de instaurar mecanismos eficaces de detección, de gestión y de corrección, al mismo tiempo que fomenta un entorno ético que no tolere la opacidad.

 

Lo que está en juego no es solo el cumplimiento de la ley, sino la credibilidad, la confianza y la legitimidad de la empresa en el largo plazo.

 

En este orden de cosas, debe considerarse que el “control” representa básicamente un mecanismo de prevención.

 

El control en Compliance hace referencia a las políticas, a los procedimientos, a los protocolos de auditoría y a los mecanismos de monitoreo que permiten identificar, detectar y corregir los errores a tiempo.

 

Estos controles internos actúan como barreras protectoras frente a los riesgos, evitando que una irregularidad menor se amplifique.

 

La ausencia de controles eficaces equivale a dejar la organización vulnerable a consecuencias graves.

 

El control como mecanismo de prevención constituye uno de los pilares esenciales sobre los que se asienta el Compliance moderno.

 

No se trata de un elemento accesorio, sino de la base misma sobre la que se justifica la existencia de los programas de cumplimiento.

 

En esencia, el control es la capacidad que tiene una organización de detectar, anticipar y corregir cualquier desviación respecto de la legalidad, los estándares éticos o las políticas internas antes de que esa desviación se transforme en una infracción grave, en un daño reputacional o en un escándalo público.

 

Dicho de otra manera, el control convierte lo inevitable —los errores humanos, los fallos de procedimiento, los vacíos normativos— en algo gestionable, reduciendo la probabilidad de que un error evolucione hasta un nivel crítico.

 

La prevención que se logra a través del control tiene una doble función.

 

Por un lado, es defensiva, porque evita sanciones legales, pérdidas económicas, y crisis reputacionales.

 

Pero, por otro lado, también es constructiva, ya que permite a la empresa mejorar sus procesos, consolidar una cultura ética, y generar confianza entre sus grupos de interés.

 

CONTROLAR LOS RIESGOS

 

En este sentido, el control no debe verse únicamente como un freno, sino como una herramienta de sostenibilidad y de competitividad.

 

Una organización, que controla sus riesgos, transmite seguridad al mercado, inspira confianza a los inversores y clientes, y fortalece su legitimidad social.

 

Para comprender el verdadero alcance del control como prevención, es necesario subrayar, que este no se limita a revisiones contables o controles financieros.

 

Aunque históricamente esa fue su primera manifestación -los sistemas de auditoría interna que verificaban la exactitud de los estados financieros-, hoy el concepto se ha expandido a prácticamente todos los ámbitos de la vida empresarial.

 

Así, el control se aplica a la prevención del blanqueo de capitales, la protección de datos personales, la lucha contra la corrupción y el soborno, el respeto a la competencia leal, la protección del medio ambiente y el cumplimiento de estándares internacionales de derechos humanos en las cadenas de suministro, entre otros elementos y ámbitos de actuación.

 

Cada una de estas áreas presenta riesgos específicos, que requieren controles igualmente específicos.

 

Un buen ejemplo de control preventivo lo constituyen los canales de denuncia interna («whistleblowing systems»).

 

Estos mecanismos permiten, que los empleados comuniquen irregularidades de forma segura y confidencial, lo cual posibilita, que la organización actúe de manera temprana, antes de que la situación salga a la luz pública, o derive en un procedimiento judicial.

 

Otro ejemplo de ello, consiste en la segregación de funciones en áreas sensibles como las finanzas, en donde ningún empleado debe tener poder absoluto sobre todo el ciclo de una operación, de modo que se reduzca la probabilidad de fraude.

 

Del mismo modo, los controles tecnológicos, como pueden ser los algoritmos de detección de transacciones sospechosas en bancos o sistemas de rastreo en tiempo real de cadenas de suministro, representan manifestaciones avanzadas de prevención gracias a la innovación.

 

El control, sin embargo, no puede ser concebido únicamente como una suma de herramientas técnicas, o de procedimientos administrativos.

 

Es también, y sobre todo, una actitud cultural.

 

CONTROLES DENTRO DE UN MARCO CULTURAL

 

Una empresa que se limita a cumplir formalmente con la implementación de controles, pero mantiene una cultura de opacidad, o de permisividad frente a irregularidades, en realidad no está ejerciendo una auténtica función preventiva.

 

Los controles son eficaces cuando se insertan en un marco cultural, que premia la transparencia, fomenta el reporte de errores, y protege a quienes se atreven a señalar fallos.

 

Aquí se conecta la prevención con la ética empresarial, ya que sin la existencia de un compromiso genuino de la alta dirección con los valores del Compliance, los controles corren el riesgo de convertirse en simples formalidades vacías.

 

Desde un punto de vista teórico, puede afirmarse, que el control actúa como un filtro entre el error y el escándalo.

 

El error, como fenómeno inevitable, es la materia prima; el escándalo, como consecuencia pública y devastadora, es el desenlace posible.

 

El control es el mecanismo intermedio, que impide la evolución de lo primero hacia lo segundo.

 

Esta idea conecta con los modelos normativos internacionales, como la norma ISO 37301 sobre sistemas de gestión de Compliance, que establece que las organizaciones deben contar con políticas y procedimientos orientados a la mejora continua, la evaluación de riesgos, y la implementación de medidas preventivas.

 

En términos prácticos, esto significa que el control es dinámico, debe revisarse constantemente, y nunca puede entenderse como un sistema estático o acabado.

 

Asimismo, el control preventivo también tiene una función educativa.

 

CAPACITACIONES, SIMULACIONES Y CAMPAÑAS INTERNAS DE SENSIBILIZACIÓN

 

A través de las capacitaciones, de las simulaciones, y de las campañas internas de sensibilización, la organización enseña a sus miembros a reconocer señales de alerta, a identificar situaciones de riesgo, y a responder de manera adecuada.

 

Este aspecto formativo convierte al control en un ejercicio compartido, ya que no se trata únicamente de un conjunto de verificaciones realizadas por un departamento especializado, sino de una responsabilidad distribuida que involucra a toda la organización.

 

La prevención efectiva solo se logra cuando cada empleado entiende, que forma parte de un engranaje mayor, y que sus acciones individuales, por pequeñas que parezcan, contribuyen a mantener el cumplimiento colectivo.

 

De este modo, se hace necesario subrayar, que el control como mecanismo de prevención no implica la eliminación absoluta de riesgos -lo cual es imposible-, tal como antes se anticipó, sino la minimización de su impacto.

 

En un entorno económico globalizado, complejo y cambiante, ningún sistema puede garantizar la ausencia total de fallos.

 

Pero un sistema de control bien diseñado, sí puede garantizar que los errores se detecten rápidamente, que se actúe de manera proporcionada, y que los daños se contengan antes de alcanzar dimensiones irreversibles.

 

El verdadero valor del control preventivo radica, por tanto, en su capacidad de reducir la probabilidad de que un error se transforme en una crisis, y de fortalecer, al mismo tiempo, la resiliencia de la organización frente a lo inesperado.

 

El “escándalo” es una consecuencia de la omisión de controles.

 

Cuando un error no es detectado ni gestionado, puede evolucionar en un problema de grandes proporciones, y en este caso nos podemos encontrar ante sanciones administrativas, procesos judiciales, pérdida de confianza de clientes e inversores, e incluso la producción de un daño irreparable a la reputación corporativa.

 

En términos de Compliance, el “escándalo” simboliza la materialización máxima del riesgo por falta de prevención.

 

El escándalo, en el marco del Compliance, no es un hecho casual ni un fenómeno repentino; es la consecuencia natural de una omisión previa.

 

Un error o irregularidad, por sí mismos, no necesariamente derivan en una crisis.

 

Lo que transforma una desviación manejable en un escándalo público es la falta de actuación, la omisión de controles, la omisión de reportes, la omisión de investigación y, en última instancia, la omisión de responsabilidad por parte de quienes debieron intervenir.

 

EL ORIGEN DEL ESCÁNDALO

 

En otras palabras, el escándalo no surge únicamente de la existencia del error, sino de la negligencia en gestionarlo, de contenerlo, y de resolverlo oportunamente.

 

Desde la óptica del Compliance, la omisión es una de las formas más graves de incumplimiento, porque revela no solo un fallo operativo, sino una falla ética y cultural dentro de la organización.

 

Cuando una empresa conoce -o debería haber conocido- la existencia de un riesgo y decide no actuar, envía un mensaje implícito de tolerancia frente a la irregularidad.

 

Esa tolerancia se convierte en caldo de cultivo para que los errores se multipliquen y, finalmente, alcancen una magnitud imposible de ocultar.

 

El escándalo es, por tanto, el resultado visible de un proceso de degradación interna en el que la inacción termina siendo tan dañina como la acción indebida.

 

Las consecuencias de esta omisión tienen múltiples dimensiones.

 

En el plano legal, la falta de reacción puede derivar en sanciones agravadas, ya que muchas legislaciones consideran la inactividad como una forma de complicidad.

 

En el plano reputacional, el escándalo se intensifica precisamente porque la sociedad percibe que la organización no solo incurrió en una irregularidad, sino que además trató de encubrirla o ignorarla.

 

En el plano organizativo, la omisión genera una pérdida de confianza interna, en donde los empleados, que detectan fallos pero ven que la dirección no actúa, terminan por asumir que el cumplimiento es un mero discurso vacío, y que la integridad no forma parte real de los valores de la compañía.

 

Existen ejemplos paradigmáticos que muestran cómo el escándalo se gesta en la omisión.

 

EL ORIGEN DE LAS CRISIS DE LOS GRANDES ESCÁNDALOS

 

En el caso Volkswagen-Dieselgate, lo que amplificó la crisis no fue únicamente el fraude en las emisiones, sino los años en que la empresa omitió reconocer y corregir la manipulación de sus sistemas.

 

En Enron, la quiebra no se produjo solo por las prácticas contables irregulares, sino por la omisión sistemática de controles, y la complicidad silenciosa de órganos de supervisión que prefirieron mirar hacia otro lado.

 

En Odebrecht, la magnitud del escándalo de corrupción se explicó porque durante años se omitieron medidas de control y transparencia en contratos públicos, permitiendo que una práctica indebida se convirtiera en un esquema estructural.

 

El Compliance identifica en estas omisiones el verdadero motor de los escándalos.

 

De ahí que su función no se limite a detectar errores, sino a garantizar que cada error, por pequeño que parezca, reciba una respuesta proporcional e inmediata.

 

El escándalo no nace de la irregularidad, sino de la omisión de control y corrección.

 

Por eso, las investigaciones internas, los canales de denuncia, los sistemas de auditoría y los protocolos de respuesta rápida son mecanismos indispensables, en los que su existencia asegura, que los errores no queden en silencio, que las omisiones no se normalicen, y que la organización no alimente, con su inacción, la semilla del escándalo.

 

En última instancia, el escándalo como consecuencia de la omisión es la expresión más clara de por qué el Compliance debe concebirse como una cultura, y no como un mero conjunto de normas.

 

Solo una cultura organizacional, que rechaza la pasividad, que promueve la transparencia, y que responde activamente a los errores, puede evitar que las omisiones se conviertan en crisis públicas.

 

El verdadero desafío, por tanto, no está en evitar los errores -inevitables en cualquier organización humana-, sino en impedir que la inacción los convierta en un escándalo capaz de destruir años de reputación y confianza.

 

Todo ello conduce a una gestión proactiva de los riesgos.

 

La frase resalta la necesidad de un enfoque preventivo.

 

No basta con reaccionar después de que ocurre un problema; el verdadero objetivo del Compliance es anticipar, controlar, y corregir a tiempo la irregularidad producida.

 

Esto conecta con la cultura de integridad, consistente en promover un entorno donde los errores se reporten, se analicen, y se conviertan en oportunidades de mejora, no en crisis mediáticas.

 

La gestión proactiva de riesgos, en el ámbito del Compliance, constituye una de las manifestaciones más avanzadas y estratégicas del gobierno corporativo moderno.

 

No se trata únicamente de identificar los riesgos una vez que estos se han materializado, o de reaccionar frente a un incumplimiento ya consumado, sino de anticiparse a ellos, evaluarlos antes de que se conviertan en problemas tangibles, y establecer mecanismos de prevención que reduzcan su probabilidad de ocurrencia.

 

En este sentido, la gestión proactiva implica una transformación cultural, en donde la organización deja de concebir el cumplimiento como una obligación formal, externa e impuesta, para entenderlo como un ejercicio interno de autodefensa, de mejora continua,  y de sostenibilidad.

 

DESARROLLAR MAPAS DE RIESGOS

 

El carácter proactivo se expresa, en primer lugar, en la anticipación.

 

Una empresa comprometida con el Compliance no espera a que la autoridad reguladora le imponga una sanción, ni a que un error se convierta en escándalo mediático.

 

Por el contrario, desarrolla mapas de riesgos, análisis de escenarios, y evaluaciones periódicas, que le permiten prever dónde pueden surgir los problemas.

 

Esta anticipación no solo abarca riesgos legales -como el fraude, la corrupción o el lavado de activos-, sino también riesgos éticos, reputacionales, ambientales, y sociales que, aunque no siempre tengan un impacto inmediato en la cuenta de resultados, comprometen gravemente la legitimidad a largo plazo.

 

En segundo lugar, la gestión proactiva de riesgos en Compliance implica la existencia de integridad.

 

No basta con que un departamento especializado realice diagnósticos aislados.

 

La gestión se convierte en un proceso transversal, que involucra a todas las áreas de la organización, desde los recursos humanos, responsables de prevenir conflictos laborales y garantizar la igualdad de trato; hasta el área financiera, encargada de supervisar la transparencia contable; pasando por la cadena de suministro, donde se evalúan riesgos vinculados con derechos humanos, o prácticas medioambientales indebidas.

 

Esta visión holística evita, que los riesgos se fragmenten, o se aborden de manera parcial, y refuerza la idea de que el cumplimiento es una responsabilidad compartida.

 

Otro aspecto fundamental de la gestión proactiva es su carácter dinámico y evolutivo.

 

Los riesgos no son estáticos, sino que se transforman a medida que cambian los mercados, la tecnología, la regulación, y la propia cultura social.

 

Lo que ayer no representaba un riesgo, hoy puede serlo.

 

Un ejemplo claro es el auge de la protección de datos personales y la privacidad digital.

 

Antes de la entrada en vigor del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) en Europa, muchas organizaciones no consideraban prioritario este aspecto; sin embargo, hoy en día constituye un eje central de los programas de Compliance a nivel global.

 

LO QUE IMPLICA LA PROACTIVIDAD

 

Esta evolución obliga a las empresas a actualizar constantemente sus matrices de riesgo, a revisar sus controles, y a capacitar a sus empleados de manera periódica.

 

La proactividad, en consecuencia, implica una vigilancia permanente, y un compromiso con la mejora continua.

 

La gestión proactiva también se caracteriza por su enfoque en la cultura organizacional.

 

No basta con diseñar controles sofisticados, si los empleados perciben que la dirección carece de compromiso real con el cumplimiento.

 

El verdadero motor de la prevención está en una cultura, que incentive la transparencia, premie la integridad, y sancione la negligencia.

 

En este sentido, la gestión proactiva fomenta la participación activa de todos los miembros de la organización, desde la alta dirección hasta los niveles operativos, generando un entorno en el que los riesgos se comunican abiertamente, y se abordan colectivamente antes de que escalen.

 

En este orden de cosas, debe tenerse en consideración, que la tecnología se ha convertido en un aliado esencial de esta gestión.

 

Las herramientas de análisis predictivo, la inteligencia artificial, y el monitoreo en tiempo real, permiten identificar patrones de conducta sospechosa, detectar transacciones inusuales, o anticipar vulnerabilidades en sistemas de ciberseguridad.

 

Estas soluciones tecnológicas refuerzan la capacidad de las empresas para adelantarse a los riesgos, y actuar de manera preventiva.

 

Sin embargo, la tecnología, por sí sola, no basta, ya que la misma debe integrarse en un marco ético y regulatorio, que asegure que la prevención no se convierta en control invasivo, o en un obstáculo para la eficiencia operativa.

 

Desde una perspectiva más estratégica, la gestión proactiva de riesgos en Compliance no solo protege a la organización de sanciones o pérdidas, sino que genera valor añadido.

 

Una empresa, que demuestra capacidad para prever y manejar riesgos transmite confianza al mercado, y a sus grupos de interés.

 

Los inversores prefieren compañías con sistemas de cumplimiento sólidos porque reducen la incertidumbre, y de esta manera, los clientes confían más en marcas, que muestran responsabilidad social y ética; y los reguladores suelen valorar positivamente a aquellas organizaciones, que implementan mecanismos preventivos sólidos, incluso, cuando se produce algún incumplimiento inevitable.

 

De este modo, la proactividad se convierte en una ventaja competitiva, y en un factor clave de diferenciación.

 

En última instancia, la gestión proactiva de riesgos desde la óptica del Compliance constituye una expresión de madurez organizacional.

 

ACTUAR CON RESPONSABILIDAD

 

No se trata únicamente de cumplir con la letra de la ley, sino de entender que la sostenibilidad de la empresa depende de su capacidad de actuar con responsabilidad, y al mismo tiempo, de adelantarse a los problemas antes de que estallen.

 

El enfoque proactivo evita la lógica del “apagar incendios”, y la sustituye por una lógica de “prevención estructural”.

 

Este cambio de paradigma convierte al Compliance en un socio estratégico del negocio, y no en un obstáculo o una carga burocrática.

 

La gestión proactiva de riesgos puede ser considerada como el corazón del Compliance moderno.

 

Supone un ejercicio continuo de anticipación, integridad, dinamismo, cultura ética, y uso inteligente de la tecnología.

 

Significa asumir, que los riesgos nunca desaparecerán, pero que su impacto puede reducirse drásticamente, si se los aborda de manera preventiva y sistemática.

 

En lugar de esperar a que los errores se transformen en escándalos, la gestión proactiva permite a la organización construir un escudo ético y normativo que la protege, fortalece su reputación, y asegura su sostenibilidad a largo plazo.

 

El mensaje también subraya, que el Compliance no solo es normativo, sino cultural.

 

En organizaciones con una cultura de transparencia, un error detectado a tiempo y gestionado con ética no suele convertirse en escándalo.

 

En cambio, en empresas donde se ocultan los fallos, estos tienden a multiplicarse, y acabar en casos de corrupción, fraude, o conflictos legales, que afectan a toda la organización.

 

Todo ello conduce a que  el control como mecanismo de prevención no es solo una técnica de supervisión, ni una exigencia legal, representa la manifestación práctica de la filosofía del Compliance.

 

Constituye la frontera, que separa el error manejable de la catástrofe reputacional, el instrumento que convierte el riesgo en oportunidad de mejora, y el lenguaje mediante el cual la empresa comunica a la sociedad su compromiso con la integridad.

 

Un programa de Compliance sin controles efectivos no es más que un marco vacío; en cambio, una cultura organizacional, que concibe el control como prevención no solo evita sanciones y escándalos, sino que construye confianza, asegura sostenibilidad, y protege la legitimidad corporativa en el largo plazo.

 

Desde la perspectiva del Compliance, esta frase es una advertencia sobre la importancia de implementar controles internos robustos, fomentar una cultura ética y de reporte, y asumir una gestión preventiva de riesgos.

 

El mensaje central es claro: un error controlado es una oportunidad de aprendizaje; un error ignorado es una crisis asegurada.

 

 

Citas

(*) Socio director de la firma Puyol Abogados & Partners y uno de los grandes especialistas en Compliance, explica cómo el Compliance convierte errores en oportunidades y previene que se transformen en escándalos

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