Abogados24/7: cuando la productividad es un bucle sin propósito
Por Anna Marra

¿Y si el objetivo no fuera la productividad?

 

En el sector legal, desde hace unos años, la productividad está en el foco principal de despachos y asesorías jurídicas, debido al aumento de la carga de trabajo y a la complejidad creciente de los asuntos que tenemos que gestionar. La aparición de la IA parece multiplicar de forma exponencial la posibilidad de ser productivo. Revisar un contrato en unos pocos minutos, tener NDAs estandarizados o desarrollar chatbots para respuestas rápidas. Tenemos infinitas aplicaciones que deberían hacernos la vida más fácil. Sin embargo, seguimos siendo abogados 24/7: activos 24 horas los 7 días de la semana.

 

Un día de trabajo típico para un abogado comienza temprano, revisando correos electrónicos urgentes mientras se prepara para una jornada llena de compromisos. La mañana suele estar dedicada a reuniones con clientes, audiencias judiciales o la revisión minuciosa de contratos y documentos legales, actividades que exigen alta concentración y precisión. A medida que avanza el día, se acumulan tareas administrativas como la gestión de facturación, reportes internos, coordinación con otros departamentos y el seguimiento de plazos procesales. Todo esto se realiza en medio de interrupciones constantes y bajo la presión de cumplir con metas exigentes. Al llegar la noche, muchos abogados aún deben continuar trabajando desde casa, revisando expedientes o preparando presentaciones, lo que hace muy difícil desconectarse y dedicar tiempo de calidad a la vida personal o familiar. Esta carga constante crea un desequilibrio que puede afectar el bienestar y la salud mental, reflejando uno de los grandes retos de la profesión.

 

En este contexto, no nos queda otra manera más que aprender a ser más productivo y eficaz: hacer lo mismo en menos tiempo o hacer más en menos tiempo, manteniendo la calidad del servicio. Hay muchas técnicas que nos permiten ser más productivos. En mi caso, enseño gestión de proyectos y procesos, ambas disciplinas que permiten estructurar de forma eficiente el servicio que prestamos, consiguiendo mejores resultados y una experiencia del servicio jurídico más satisfactoria para el cliente. Sin embargo, cada vez más, me estoy dando cuenta de que existe lo que se puede definir como la “paradoja de la productividad”: una productividad que, en vez de liberarnos, nos hace entrar en un bucle continuo, sin control.

 

Impulsados por la idea que había que ser más productivos, los despachos y departamentos jurídicos más innovadores se han volcado en el fin de ser más productivo. Sin embargo, debido a un sentimiento de urgencia y a veces de incomprensión, han caído en aplicar un management que se podría definir taylorista. El management taylorista se basa en la eficiencia, el control y la división rígida del trabajo; ve al trabajador como una pieza del engranaje productivo y se centra en maximizar el rendimiento mediante reglas, tiempos y tareas estandarizadas. Su prioridad es el resultado, no el bienestar.

 

Tal vez se hubiera podido hacer una elección más ventajosa: adoptar un management humanista, que sigue siendo un management y por lo tanto piensa en la productividad y eficiencia, pero pone a la persona en el centro. Valora la motivación, el desarrollo personal, el trabajo colaborativo y el equilibrio entre vida laboral y personal. Busca resultados, pero sostenibles y a través del bienestar, la empatía y el sentido de propósito. Este modelo se basa en valores como la empatía, la colaboración, el respeto, la autonomía y el sentido de propósito. Promueve un liderazgo más consciente, donde los líderes no solo gestionan tareas, sino que también inspiran, escuchan y crean entornos en los que las personas pueden crecer y sentirse valoradas. El management humanista considera que organizaciones más humanas son también más sostenibles y productivas a largo plazo.

 

Pero, no lo han hecho y se han volcado en un concepto de productividad que se ha transforma en tóxica por varias razones: en algunos casos, los abogados acaban por estar muy ocupados, pero no son productivos; en otros casos, se ven obligados a fingir ser más productivos de lo que eran, pasando horas interminables en el trabajo sin resultados (fake productivity); y en los peores casos, han desarrollado la obsesión por estar siempre haciendo algo útil, incluso cuando ya no es necesario o saludable (productividad tóxica), sintiéndose culpable por descansar y midiendo el valor personal solo en función de lo que se produce. Resultado real: agotamiento, estrés y pérdida de equilibrio entre la vida personal y laboral.

 

Cuando en 2012 he empezado a enseñar LPM y LPI, la productividad era un concepto ajeno a la mayor parte del sector legal. Hacía falta, por lo tanto, promover la importancia de conseguir hacer más tareas en menos tiempo; llevar a cabo proyectos de forma controlada y eficiente; diseñar procesos que fueran optimizados en cuanto al uso de recursos y predecibles en cuanto a su aplicación. El abogado tenía que ser productivo y eficiente.

 

Sin embargo, con el pasar del tiempo me he dado cuenta de que se ha perdido el propósito de la productividad y que la productividad se ha vuelto un arma en contra de nosotros. En vez de garantizarnos la libertad, nos la está quitando y nos está vigilando. Muy a menudo, llegamos al extremo de autovigilarnos.

 

Recuperar el control de lo que estamos haciendo exige otra mirada: requiere volver a pensar en la idea de productividad apoyándonos en dos conceptos: la neuroproductividad y el propósito.

 

Empezamos con la neuroproductividad, una palabra que parece altisonante, pero es realmente muy sencilla. Se trata de un enfoque que combina los conocimientos de la neurociencia con técnicas de gestión del tiempo y productividad personal para optimizar la manera en que trabajamos, aprendemos y tomamos decisiones. Se basa en entender cómo funciona el cerebro —cómo procesa la información, se concentra, gestiona la energía y responde al estrés— para adaptar los métodos de trabajo a su funcionamiento natural, en lugar de forzarlo.

 

Os dejo con un ejemplo: el llamado “Efecto ducha”. ¿Os ha pasado alguna vez tener las mejores ideas cuando estáis bajo la ducha? También podría ser dando un paseo, tomando un tren o conduciendo. El “Efecto ducha” hace referencia a esos momentos en los que surgen ideas creativas o soluciones a problemas mientras realizamos actividades automáticas y relajantes, como ducharse, caminar o conducir. En realidad, desde el punto de vista neurocientífico, este fenómeno ocurre porque al desconectarnos de tareas exigentes y entrar en un estado de relajación mental, el cerebro activa la red neuronal por defecto (default mode network), que está relacionada con la introspección, la creatividad y la conexión de ideas. Se reduce el estrés y se libera dopamina, lo que favorece una mayor flexibilidad cognitiva. Al no estar enfocados de forma directa en el problema, el cerebro hace asociaciones más libres y creativas. Si es así, la neuroproductividad nos enseña que el descanso y la desconexión son parte clave del rendimiento mental. Incorporar pausas conscientes y permitir momentos de "no hacer" puede ser tan productivo como estar frente a la pantalla.

 

La neuroproductividad promueve hábitos que respetan los ciclos de atención, descanso y motivación del cerebro. También aboga por cuidar aspectos clave como el sueño, la alimentación, el ejercicio y la gestión emocional, porque influyen directamente en el rendimiento cognitivo.

 

Por eso es tan importante entender cómo funcionamos: porque solo de esta forma podemos llegar a ser muy productivos de una forma más sostenible.

 

Ahora, la neuroproductividad sola no puede. Necesita un segundo concepto: el propósito. Así que vuelvo a la pregunta inicial de este artículo: ¿Y si la productividad no fuera tu objetivo?

 

Las nuevas metodologías de trabajo y las nuevas tecnologías nos permiten ahorrar tiempo. Lo que antes hacía en 2 horas ahora puedo hacerlo en 20 minutos. Pero ¿qué hacemos en el tiempo ahorrado? ¿Para qué es este tiempo? La experiencia me enseña que lo reinvertimos en más trabajo y más tareas, sin propósito. Con lo cual, ni el tiempo ahorrado nos permite descansar y conciliar la vida personal con la vida profesional, ni nos consiente ser más eficaces en el trabajo. Solo nos permite seguir en un ciclo infinito de tareas. Es la paradoja de la productividad sin propósito.

 

En teoría, ser más productivo debería liberar tiempo. Pero en la práctica, especialmente en el mundo legal, ese tiempo rara vez se reinvierte en descanso, reflexión estratégica o vida personal. Lo que ocurre, en cambio, es una aceleración del ritmo: cuanto más rápido trabajamos, más tareas se nos asignan. Esto genera un bucle de hiperactividad constante, donde cada mejora en eficiencia simplemente alimenta un sistema que exige más, no uno que libera.

 

La paradoja de la productividad sucede, en parte, porque muchos despachos y departamentos jurídicos siguen operando bajo una cultura de disponibilidad total. Estar siempre conectados, responder de inmediato o entregar más rápido se ha convertido en una norma no escrita que erosiona los límites entre lo profesional y lo personal. El resultado es una forma de productividad que no está alineada con ningún propósito significativo, ni para el abogado ni para la organización. Simplemente se trabaja más, sin parar, como si el único objetivo fuera no dejar de moverse.

 

Puede que el verdadero objetivo, por lo tanto, no sea la productividad, sino el control de lo que haces: hacer menos cosas, con más intención. “Hemos interiorizado que maximizar la eficiencia es una cualidad, sin cuestionar una premisa básica: ¿eficiente para qué? ¿Para quién? (…) La industria de la optimización personal en general y los entusiastas de la productividad en particular operamos sobre un espejismo: perseguimos sistemas y herramientas con la promesa de que nos harán más productivos, pero lo que realmente queremos es autonomía y control sobre nuestro tiempo. (No necesitamos más métodos de productividad. Necesitamos volver a tener un propósito).

 

La productividad no es el fin en sí mismo, sino un medio que permite lograr un propósito. Tener más control sobre lo que hacemos para poder decidir de forma más consciente y conseguir lo que realmente queremos.

 

El reto no es producir menos, sino repensar para qué queremos ser productivos. ¿Queremos liberar tiempo para descansar? ¿Para estar más presentes con la familia? ¿Para tener margen para pensar estratégicamente o hacer trabajo profundo? Si no respondemos a esas preguntas, la productividad se vuelve un fin en sí mismo, y no un medio para una vida o una práctica profesional más plena.

 

Establecer límites claros entre trabajo y vida personal, redefinir el éxito más allá del volumen de tareas completadas y fomentar culturas organizacionales que valoren la pausa, el enfoque y el bienestar, pueden ser los primeros pasos.

 

Ser abogado no debería significar ser una máquina 24/7. La verdadera transformación vendrá cuando seamos capaces de usar la productividad como herramienta de equilibrio y sentido, no como una trampa que perpetúa nuestra desconexión. 

 

 

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