O por qué el verdadero disruptor del derecho no es la IA, sino el acceso al conocimiento
Joel Mokyr —uno de los tres galardonados con el Nobel de Economía 2025 junto a Philippe Aghion y Peter Howitt— acaba de recibir el reconocimiento por demostrar cómo ocurre realmente el progreso tecnológico sostenido. Su obra The Gifts of Athena no habla de derecho, pero debería estar en el escritorio de todo abogado que se pregunte por qué la profesión legal en nuestros países parece atrapada en una versión del siglo XVIII mientras el mundo avanza.
Las respuestas de Mokyr sobre innovación desmienten los mitos que Silicon Valley y las legaltech venden. Y, de paso, iluminan el camino para una profesión jurídica que aspire a algo más que la mera supervivencia.
1. No se trata de "saber litigar", sino de "saber por qué"
Mokyr distingue entre techne (λ-conocimiento: el "cómo hacer") y episteme (Ω-conocimiento: el "saber qué" o fundamento teórico). La innovación sostenible no viene de acumular técnicas aisladas —"así se redacta una demanda", "así se diligencia una prueba"— sino de construir una base epistémica que explique por qué esas técnicas funcionan y permita mejorarlas sistemáticamente.
¿Por qué la mayoría de estudios jurídicos no pueden escalar más allá de diez abogados sin colapsar en ineficiencia? Porque operan con puro λ-conocimiento: cada abogado tiene "su forma" de hacer las cosas, transmitida artesanalmente, sin protocolización ni teoría subyacente que permita mejora continua. No hay sistema; hay rituales.
El equivalente jurídico del Ω-conocimiento sería: teoría del litigio estratégico, análisis económico del derecho, metodología de negociación basada en evidencia, gestión de flujos documentales, arquitectura de la información legal. Todo lo que permite entender por qué una estrategia funciona y replicarla o mejorarla. Mokyr demuestra que sin esa base, la innovación se agota rápido.
La vacuna de Jenner contra la viruela salvó millones de vidas desde 1796, pero no generó una cascada de nuevas vacunas. El progreso en inmunología tuvo que esperar casi un siglo hasta que Pasteur y Koch proporcionaron la teoría de los gérmenes. Sin esa base epistémica, no había forma de construir sobre el descubrimiento original.
Mokyr argumenta que las civilizaciones antiguas —China Song, el Renacimiento europeo, el mundo islámico— tuvieron destellos de genialidad tecnológica que terminaron estancándose porque esas innovaciones, aunque ingeniosas, tenían una "base epistémica estrecha". La gente sabía que las técnicas funcionaban, pero no tenía una comprensión profunda de por qué lo hacían.
La lección para la abogacía es directa: mientras la formación profesional siga siendo transmisión oral de "cómo se hace" sin codificación del "por qué funciona", el progreso será errático y la escala, imposible. Los estudios que logra sobrevivir son y serán aquellos que logran convertir el conocimiento tácito en conocimiento explícito y sistemático.
2. La tecnología antigua era brillante pero frágil (y la abogacía argentina también)
Mokyr explica que antes de la Revolución Industrial, el progreso tecnológico se basaba en descubrimientos fortuitos o prueba y error, pero rara vez conducía a una corriente sostenida de mejoras. En ausencia de una comprensión de por qué y cómo funciona una técnica, las mejoras posteriores se topaban rápidamente con rendimientos decrecientes.
La abogacía tradicional reproduce este patrón. Cada tanto aparece un abogado brillante que resuelve un caso complejo de manera innovadora. El problema es que esa innovación muere con él. No hay documentación, no hay transferencia sistemática, no hay construcción incremental. Cada generación vuelve a empezar desde cero.
La profesión venera la "experiencia" pero desprecia la sistematización. Se confunde antigüedad con sabiduría y se ignora que la experiencia sin teoría es apenas una colección de anécdotas. Un abogado de treinta años de carrera que hizo mil veces lo mismo de manera artesanal no tiene treinta años de experiencia; aunque sea duro decirlo, objetivamente tiene un año de experiencia repetido treinta veces.
La Revolución Industrial no fue simplemente una aceleración del tipo de progreso que ya existía. Fue un cambio fundamental en la naturaleza del progreso. Por primera vez, el avance tecnológico se volvió auto-sostenible porque estaba cada vez más anclado en una base de conocimiento que se expandía y se retroalimentaba con la propia tecnología.
El equivalente para la abogacía sería una profesión donde cada innovación —una nueva estrategia procesal, una mejor forma de estructurar due diligence, un protocolo más eficiente de gestión de contingencias— quedara documentada, codificada y disponible para que otros construyan sobre ella. No estamos ni cerca.
3. El verdadero disruptor del siglo XVIII no fue el vapor, fue el acceso a la información
Mokyr argumenta que el motor subyacente de la Revolución Industrial fue un fenómeno intelectual: la "Ilustración Industrial". Este movimiento buscaba catalogar el conocimiento artesanal existente para difundir las mejores prácticas y comprender los principios subyacentes de por qué esas técnicas funcionaban. El factor clave fue una drástica reducción de los "costos de acceso" al conocimiento.
En lugar de que la información útil estuviera celosamente guardada en gremios o transmitida solo de maestro a aprendiz, se hizo pública. Las enciclopedias, con la famosa Encyclopédie de Diderot y d'Alembert a la cabeza, jugaron un papel central al documentar y visualizar miles de procesos artesanales. Las sociedades científicas promovieron la idea de que el conocimiento sobre la naturaleza debía ser un bien público.
Esta lección es devastadora para el modelo para la profesión legal y su "reserva de experiencia" como ventaja competitiva. Los estudios que acumulan conocimiento pero lo guardan celosamente están construyendo su propia obsolescencia. Porque cuando ese socio senior se jubile o se vaya, todo ese conocimiento desaparece. Y mientras tanto, estudios más jóvenes y menos "experimentados" pero con mejor documentación y sistemas de gestión del conocimiento pueden escalar más rápido.
La ironía es que la tecnología legal moderna —sistemas de gestión documental, bases de jurisprudencia, IA generativa— facilita como nunca antes la captura y distribución de conocimiento. Pero la profesión sigue operando con mentalidad de gremio medieval. Se resiste a documentar procesos, a estandarizar metodologías, a compartir conocimiento internamente.
Elizabeth Eisenstein sostiene que la imprenta creó un "puente sobre la brecha entre la ciudad y la academia" ya en el siglo XVI, y que la imprenta hizo posible la publicidad de "técnicas socialmente útiles".
La pregunta que surge puede incomodar: ¿qué porcentaje del conocimiento crítico de un estudio jurídico está efectivamente documentado y accesible para todos sus miembros? En la mayoría de casos, menos del 20%. El resto vive en la cabeza de algunos pocos, inaccesible, intransferible, condenado a perderse.
4. A veces, la máquina viene primero que la ciencia (y la práctica antes que la teoría)
Mokyr demuestra un poderoso bucle de retroalimentación positiva donde la tecnología y la ciencia se impulsan mutuamente. El ejemplo más poderoso es la máquina de vapor: la tecnología se desarrolló en gran medida a lo largo del siglo XVIII, mucho antes de que existiera una ciencia completa de la termodinámica que explicara sus principios. De hecho, fue la existencia y el estudio de estas máquinas lo que estimuló a científicos como Sadi Carnot a formular las leyes fundamentales de la termodinámica en el siglo XIX.
Esta lección contradice el prejuicio academicista de la abogacía argentina. No es necesario tener primero una "gran teoría" antes de innovar. La práctica puede —y debe— adelantarse a la teoría. Lo que sí es necesario es que la práctica se documente, se estudie, se comprenda. Que alguien se detenga a preguntarse por qué funcionó esa estrategia procesal novedosa, qué principios la sustentan, cómo podría mejorarse.
Las mejoras en la técnica de construcción de microscopios (una nueva λ) hicieron posible el nacimiento de la bacteriología como un nuevo campo de conocimiento proposicional (una nueva Ω). La tecnología no es solo un resultado del conocimiento; es también una herramienta indispensable para crearlo.
Los estudios que están usando IA para automatizar la redacción de contratos o el análisis de jurisprudencia no están simplemente "aplicando tecnología". Están generando datos sobre qué funciona y qué no. Si se molestan en analizar esos datos, pueden desarrollar teorías sobre estrategia legal que antes eran imposibles de formular. La herramienta no reemplaza el criterio jurídico; genera información que alimenta un mejor criterio jurídico.
Pero esto requiere algo que la profesión legal tradicional no tiene: cultura de experimentación controlada y análisis sistemático de resultados. Requiere preguntarse: "¿Por qué ganamos ese juicio? ¿Fue por la estrategia procesal, por la calidad del peritaje, por el perfil del juez, por timing?" Requiere registrar, medir, aprender. Y como siempre, hay que recordar: correlación no significa necesariamente causación.
5. La innovación siempre tiene enemigos (y por buenas razones)
Mokyr es claro: el progreso tecnológico no es un proceso automático ni socialmente neutral. Por definición, la innovación es destructiva: destruye modelos de negocio, devalúa habilidades y vuelve obsoleto el capital. Siempre genera perdedores, y estos perdedores a menudo se resisten de manera completamente racional para proteger sus medios de vida, sus habilidades y su estatus.
La resistencia a la tecnología legal en el ejercicio de la profesión no es irracional. Es completamente comprensible. Un abogado que construyó su carrera sobre la ventaja de "conocer a los jueces" o "saber cómo se tramita en ese juzgado" ve amenazada esa ventaja cuando aparecen sistemas que democratizan ese conocimiento. Un socio senior cuyo valor estaba en "los treinta años de experiencia" ve devaluada esa experiencia cuando un asociado junior con buenas herramientas de IA puede producir un memo de calidad comparable en un tercio del tiempo.
La Revolución Industrial pudo triunfar en Gran Bretaña no porque no hubiera resistencia, sino porque la estructura política de la época era particularmente ineficaz para detenerla. Dos mecanismos fueron cruciales: primero, la descentralización política significaba que la resistencia exitosa en una región no podía detener el progreso en otra. Segundo, los terratenientes, la clase políticamente dominante, se beneficiaron del aumento del valor de sus propiedades debido a la industrialización, lo que redujo su oposición.
La lección para la profesión legal: la transformación no será bloqueada por falta de tecnología, sino por la capacidad de los incumbentes para frenarla institucionalmente. Los colegios profesionales, las asociaciones, las normas deontológicas pueden convertirse en herramientas para preservar el statu quo. Ya está ocurriendo: debates sobre "publicidad no ética", restricciones a nuevos modelos de facturación, resistencia a la firma electrónica o al expediente digital. Y no sólo pasa con la abogacía.
Las autoridades británicas dejaron clara su postura en una resolución de 1779: destruir las máquinas en este país solo sería el medio para transferirlas a otro país, y si la legislatura pusiera un alto total a su construcción en Gran Bretaña, solo tendería a su establecimiento en países extranjeros, en detrimento del comercio de Gran Bretaña.
La pregunta para nuestros países: ¿los estudios que adopten tecnología serán celebrados o sancionados? ¿Los abogados que innoven en modelos de facturación o prestación de servicios serán premiados o investigados? La respuesta determinará si la transformación ocurre aquí o si simplemente exportamos talento y los servicios legales sofisticados se prestan desde otras jurisdicciones.
Conclusión: ¿Qué tipo de profesión jurídica queremos construir?
Las lecciones de Mokyr nos alejan de los mitos simplistas de la innovación. Muestran que el progreso es un ecosistema complejo que depende no solo de la genialidad individual, sino de la estructura y el acceso al conocimiento, de la retroalimentación constante entre la teoría y la práctica, y de las fuerzas políticas y sociales que lo moldean.
Para la abogacía en la que nos movemos, esto significa que la transformación no vendrá de comprar el último software de gestión o de contratar un "experto en IA legal". Vendrá de decisiones estructurales más profundas:
- ¿Vamos a invertir en documentar y sistematizar nuestro conocimiento o seguiremos dependiendo de la transmisión oral?
- ¿Vamos a bregar para que las bases de datos normativas y jurisprudenciales de todo nivel y jurisdicción sean abiertas, tengan API (protocolo de consulta) y accesibles públicamente?
- ¿Vamos a crear incentivos para que los abogados experimenten y compartan aprendizajes o seguiremos castigando el error y premiando la reserva de información?
- ¿Vamos a formar abogados que entiendan por qué hacen lo que hacen o seguiremos produciendo repetidores de fórmulas?
- ¿Vamos a permitir que nuevos modelos de negocio compitan o vamos a blindar el statu quo con regulaciones proteccionistas?
La historia de la tecnología enseña que estas preguntas no se responden con declaraciones de principios. Se responden con estructura de incentivos, reglas del juego, acceso a recursos. Se responden con arquitectura institucional.
Mokyr demuestra que las sociedades que avanzan son aquellas que logran reducir los costos de acceso al conocimiento, crear bucles de retroalimentación entre práctica y teoría, y gestionar —no bloquear— la resistencia inevitable al cambio. Las sociedades que se estancan son aquellas donde el conocimiento permanece fragmentado, la innovación es episódica y los grupos establecidos pueden vetar el progreso.
La abogacía tradicional está en una encrucijada. La tecnología ya está disponible. La teoría ya existe. Lo único que falta es la voluntad institucional para construir una profesión que aprenda, que documente, que mejore sistemáticamente. Una profesión donde la experiencia se acumule en lugar de perderse, donde el conocimiento sea activo compartido y no tesoro guardado, donde la innovación sea norma y no excepción.
Mokyr ganó el Nobel por explicar cómo ocurrió la Revolución Industrial. La pregunta que nos deja es si la abogacía tradicional en nuestros países tendrá su propia revolución o si seguirá operando como un gremio medieval en pleno siglo XXI.
Referencias
Mokyr, Joel. The Gifts of Athena: Historical Origins of the Knowledge Economy. Princeton University Press, 2002.
Citas
(*) Ignacio Adrián Lerer es abogado (UBA) y Executive MBA del IAE (Universidad Austral). Con más de 30 años de experiencia en derecho corporativo, governance y compliance, asesora a empresas nacionales e internacionales en procesos de transformación organizacional y gestión de riesgos regulatorios. Combina la práctica jurídica con el análisis de las dinámicas económicas y tecnológicas que impactan en la profesión legal. LinkedIn: linkedin.com/in/ignacio-adrian-lerer
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