Uruguay
Dr. Isaac José Gorfinkiel: Pasión de Vivir
Por Bergstein Abogados
Jonas Bergstein

La historia de la abogacía en el Uruguay aún no ha sido escrita. Hoy conocemos los nombres de las organizaciones profesionales más encumbradas, eso que llamamos “los estudios”. Su membrete nos resulta sobremanera familiar, pues aparece una y otra vez, sea en la redes, en la prensa, en carteles publicitarios y en tantos otros espacios. (El marketing es despiadado y ahí hay que estar en tantos ámbitos como se pueda).

 

En cambio, mucho menos conocemos a los abogados que están por detrás de esas prestigiadas organizaciones: sabemos de las marcas, pero poco sabemos de las personas que hay por detrás de ellas, de los abogados que sustentan esas estructuras.

 

Vienen a mi memoria una serie de nombres que de tanto en tanto afloraban en la conversaciones de mi casa: Restahinoch, Albanell, Adolfo Díaz Estapé, Baer, Esteves Paulós, Bespalko, e incluso el propio Simón Waksman (yendo un poco más atrás en el tiempo). Mi Padre no me perdonaría si no mencionara a Luis Barrios Tassano, por quien tanta admiración sentía. La lista es por demás personal, pues se basa, únicamente, en mis recuerdos de la adolescencia: no encontré en Internet ninguna lista sistematizada de los grandes abogados del pasado. 

 

En cualquier caso, sus nombres poco o nada dirían a las actuales generaciones. En los años 70’ y 80’, antes de que en el Uruguay irrumpiera el fenómeno de los estudios jurídicos como protagonistas de primera línea del foro patrio -Daniel Ferrére mediante-, el paisaje de la abogacía empresarial en el Uruguay estuvo dominado por figuras de gran personalidad. Esos profesionales fueron esencialmente prácticos del Derecho: hicieron su carrera por afuera de la Facultad, no ingresaron en la academia, y, con algunas excepciones, es poco lo que nos dejaron escrito: no eran teóricos del Derecho, sino prácticos. Sin embargo, eran abogados de primerísima línea: tenían una sólida formación y una poderosa inteligencia; eran sagaces y astutos, tenían carpeta, pensaban con la lógica del abogado, y, fundamentalmente, estaban bien plantados: tenían la personalidad del abogado. Por fin, inspiraban respeto: eran contenedores dignos de temer. 

 

Ese cúmulo de factores hizo de ellos abogados notables. 

 

Hoy, por diversas razones -la complejidad del mundo actual, la extraordinaria burocratización del trabajo (estamos rodeados de papeles y de trámites que a nuestro juicio sirven de poco o nada), la globalización,  la especialización creciente, el rol ineludible de la tecnología-, esos juristas son una especie en extinción. La estructura pesa tanto o más que las individualidades.

 

Cualesquiera sean las razones de su extinción, a esa especie de abogados perteneció el Dr. Isaac José Gorfinkiel, fallecido en Montevideo el pasado 4 de Octubre, a la edad de 91 años.  Y precisamente por tratarse de una especie en extinción, justo es rendirle tributo también a ella, nada menos que a través de la persona del Dr. Gorfinkiel, uno de sus más notables exponentes.

 

El Dr. Isaac José Gorfinkiel  -el Pepe como sus amigos le llamábamos - encarnó todas esas dimensiones de que hablábamos: porque por encima de todas las cosas, Gorfinkiel fue lo que algunos han dado en llamar el abogado-abogado, entendiéndose por tal el abogado a carta cabal, que adonde quiera que fuera respiraba abogacía, porque todo lo veía a través del prisma del abogado, y todos lo veíamos como el gran abogado que era (aun antes que como persona). No es casualidad que fuera un ardoroso defensor del Colegio de Abogados del Uruguay, tantas veces denostado por los propios colegas.

 

Tenía una cultura jurídica acalambrante. Había integrado la cátedra de Derecho Romano, leía los autores franceses en francés, y dominaba la teoría general del Derecho Civil al derecho y al revés.  Llegó incluso a polemizar con el mismísimo Gamarra, de igual a igual. Nada de eso fue óbice para que incursionara con total solvencia (y resonado éxito) en el ámbito del  Derecho Bancario (fue abogado del Banco Real durante años, habiendo integrado la Cámara de Entidades Financieras del Uruguay), en el Derecho Comercial y en el Derecho de la Empresa en general. Colaborador frecuente de La Justicia Uruguaya, sus estudios sobre los intereses, al igual que su libro sobre el embargo y su extensión a la red bancaria, continúan siendo referencia obligada en esas materias.

 

Pero quizás donde más se sentía a sus anchas era en el litigio: era en el juicio donde Gorfinkiel estaba en su medio y donde afloraba lo más íntimo de su personalidad. En esa fina línea que existe entre la sana astucia y el ardid artero, Gorfinkiel era recio y podía ser por demás creativo: pero nunca desleal. Manejaba las excepciones procesales como pocos. Le recuerdo oponiendo “fianzas de arraigo”, una reliquia procesal para muchos desconocida. No es casualidad que algunos de sus estudios más conocidos tengan que ver con la ejecuciones hipotecarias, el juicio ejecutivo cambiario, y el juicio ordinario posterior. Los litigios derivados de las torres inconclusas tras la ruptura de la tablita y la crisis del 82’, lo tuvieron en la primera línea de batalla: abogado de varios desarrolladores inmobiliarios, esos juicios lo encontraron en todo su apogeo.    

 

Con todo, no sólo de libros -ni del Derecho-  vivió Gorfinkiel. Pepe amó la vida en todas sus dimensiones, y de ahí el subtítulo que da el nombre a esta nota. Fue un enamorado de Punta del Este, donde pasó buena parte de su vida, entre el mar y las canchas de tenis. Supo vivir como pocos: amó el cine y fue un viajero infatigable. Se deleitaba con la buena comida y el arte refinado.  Imposible no mencionar nuestros almuerzos anuales en el Yacht de Punta del Este. Fue un lector empedernido: quizás los temas de historia -en especial los la de la segunda guerra y el holocausto (Primo Levi era su favorito)- fueron los que más le cautivaron. Acaso porque en ellos encontró los infinitos matices del alma humana que tanto lo desvelaron: desde el mal absoluto, hasta el más noble de los altruismos. La pérdida de una de sus hijas, medró algo de su antiguo temple; aun así, encontró las fuerzas espirituales necesarias para sobrellevar el dolor sin estridencia, con la entereza de los grandes. 

 

Por fin, la dimensión humana. Gorfinkiel fue un ser humano esencialmente sensible. Desprendido y generoso -miro a mi alrededor y veo las colecciones enteras que de él recibí (legales y no legales)-, fue un conversador ameno y erudito, y, muy especialmente, un gran amigo de sus amigos, casi un confidente.  

 

Como escribiera Hemingway (citando a John Donne), la partida de Gorfinkiel nos disminuye a todos: a su esposa, a sus hijas y nietos, ni hablar; al foro, que honró; y a sus amigos, a quienes, como quien esto escribe, dejó un vacío que no podemos llenar. 

 

 

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