Hace mucho guardé esta nota que leí en el diario La Nación, que le hicieron a una psicóloga española María Jesús Álava, Psicóloga experta en la relación entre la felicidad y el rendimiento laboral, a quien le hicieron esta nota denominada “Un trabajador feliz aumenta la producción de la empresa”.
Cuando me llamaron para escribir este artículo, anote los lineamientos en unos de mis tantos cuadernos en los que escribo a diario.
Uno de los puntos de partida sabía que era escribir para abogados de empresa.
Fue difícil decidir como empezar a darle forma a mi artículo.
Más allá de que escribir es una de mis tantas pasiones, siempre fue dirigido hacia mí, o algunas veces compartido en alguna revista no jurídica.
Pero volviendo al eje de mi artículo, tuve ganas de escribir de esto, de la “felicidad productiva”.
Considero que de eso no se habla mucho, porque si bien, está de moda hablar de las emociones, en lo laboral no ocurre, o al menos es lo que yo percibo.
La empatía, la resiliencia, el respeto, el diálogo son algunas de las tantas emociones que muchas veces en el trabajo no se cultivan.
Creo que darle lugar a las emociones es algo que deberíamos empezar a cambiar.
Y no solo con nuestros pares, sino también con nuestros superiores.
La persona es una sola, sus sentimientos son los mismos en lo laboral y en la vida privada.
Una persona que está atravesando una pérdida de un ser querido, la enfermedad de un familiar o una mudanza claramente no tiene puesta su energía sólo en el trabajo.
Hay infinidad de situaciones que nos aquejan, nos preocupan. Y ello no debería ser ajeno al ámbito laboral.
Brindar herramientas para que cada empleado pueda expresar el momento por el que esta pasando, debería ser algo de moneda corriente.
Focalizar en los Recursos Humanos de cada empresa, desarrollar técnicas de comunicación para poder vencer el miedo a expresarnos, a decir nuestras emociones.
Me refiero con esto a poder hablar claramente de nuestros sentimientos, objetivos, deseos, aspiraciones, de lo que nos pasa. Ello no debería ser algo tabú o que esta mal visto. Sobre todo, cuando uno comparte gran parte de su vida en el trabajo.
Volviendo al punto de inicio la “felicidad productiva”, creo que, como trabajadores, cualquiera sea el ámbito en donde desarrollemos nuestra profesión u oficio, debería permitirnos poder desarrollarnos como personas.
Y ello se logra con un buen diálogo, ese que tuvimos el primer día de la entrevista, en donde ansiosos por ser seleccionados, hablábamos de nuestros deseos, aspiraciones y objetivos para conseguir ese ansiado nuevo trabajo.
Ser empáticos y sensibles es clave para poder desarrollar la felicidad productiva.
A lo largo de los años, ello se va perdiendo o no.
Algunos crecen, se desarrollan dentro o fuera de la empresa que un día fue su sueño pertenecer y otros emigran a nuevos horizontes.
Considero que una buena relación entre empleador y empleado debe partir de un buen diálogo, que se base en la sinceridad, confianza y respeto.
Porque de eso parte la “felicidad productiva”, de hacer conocer al otro lo que deseamos y que eso sea valorado, tenido en cuenta.
Una persona feliz puede desarrollar plenamente sus ideas, redoblar sus esfuerzos para cumplir sus objetivos.
Y no me refiero a lo económico, que no es un tema menor y no menos importante.
Me refiero a la importancia de sentirse escuchado y valorado. Sentir que uno es un eslabón esencial en la cadena de la producción.
Es como ocurre en la vida misma, el amor hacia uno nace con el amor propio y con el que nos hacen saber los demás. Cuánto más productivos nos volvemos si nos sentimos amados, estamos más felices!.
Siempre ocurre que una motivación enciende en uno una energía inconmensurable, que genera más producción, mejores ideas, propuestas, mayor rendimiento.
Uno se vuelve más eficaz y veloz en brindar soluciones a nuestros clientes, mejora nuestro bienestar emocional y rendimiento laboral.
Un empleado feliz es alguien que cuida y valora su trabajo, porque siente que es su lugar y lo defiende con toda su energía.
Estar abierto al cambio, adaptarnos, reinventarnos es algo que depende de nosotros.
Ninguna persona se debería avergonzar o no animarse a plantear sus necesidades.
El reconocimiento personal debería ser tan importante como la propia remuneración.
Valorar la importancia de las emociones debería ser nuestro primer paso para prepararnos para un nuevo mundo laboral, en donde los sentimientos deberían ser el primer eslabón de nuestra vida laboral.
Las personas cuidadas y valoradas aportan mejores ideas, aumentan su rendimiento y con ello la producción.
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